domingo, 11 de diciembre de 2016

Bocetos a escala real. Carlos Maciá



El MARCO empieza el año inaugurando un nuevo espacio anexo con “Intertextual”, un proyecto de Ángel Calvo Ulloa. Desde el título el comisario quiere hacer referencia a la porosidad de las artes para nutrirse entre ellas y generar nuevos diálogos con el exterior, el público y los espacios anónimos.

Por la noche, las tres ventanas del ala izquierda del MARCO proyectan una luz roja a la calle. Se trata de la obra de Carlos Maciá (Lugo, 1977) titulada “249 litros”, con la que se abre este ciclo de intervenciones y proyectos que se sucederán a lo largo del año, contando con la próxima participación de Mauro Cerqueira, Juan López, June Crespo y Fernando García.

Situado en el recibidor del museo, el espacio anexo se muestra tras un tabique y una puerta de cristal. Carlos Maciá encaja en este espacio un bloque de espuma de poliuretano de color rojo flúor, de idénticas medidas a la puerta y de un largo igual al de la sala de exposiciones. Con esta obra bloquea el acceso a la estancia. La cabeza del bloque sobresale un metro de puertas afuera, con lo que el espectador ve el largo de la pieza a través del cristal pero no la puede rodear, tan solo puede acercarse a un extremo.

La instalación con la que se inaugura “Intertextual” impide el paso; desplazada hacia delante, congestiona el acceso al lugar donde las obras se admiran. Por un lado, “249 litros” parece una señal de prohibido entrar, roja, brillante y más alta que nosotros. Por el otro, ese metro de bloque se asoma para irrumpir en el espacio no expositivo. La intervención obstruye el paso al visitante además de apropiarse de un metro de recibidor, zona de bienvenida al público. Los papeles se intercambian, la obra pisa el suelo de un espectador que no puede pisar el museo.

Este último trabajo de Carlos Maciá mantiene la textura y el acabado de “45 litros”, obra realizada el año pasado en la residencia para estudiantes que Le Corbusier y Jeanneret diseñaron en la Ciudad Universitaria de París. En la misma línea se encuentra la intervención de 2009, “25 kilos de rojo flúor”, una línea de pintura que gotea desde la parte más alta de un muro de hormigón. Desde el diseño de una colección de pañuelos para Loewe en la temporada otoño invierno de 2011 hasta su trabajo derivado de la Beca de la Fundación Pollock-Krasner en N.Y., la impresión general tras el visionado de su obra es fluctuante. Como si lo que vemos fuesen bocetos, pruebas y maquetas a escala real, el camino trazado por el artista es tan imprevisible como un dripping lanzado sobre el mismo lienzo por dos personas distintas. Si algo llama la atención en esta y otras obras de Carlos Maciá, es la capacidad por parte del artista para derramar timidez o cierto pudor expresivo mediante colores vivos y litros y kilos de pintura flúor. (ABC Cultural)

Poemas atlánticos. Ángela de la Cruz



“Escombros es una exposición dedicada a la basura flotante que lleva el mar. El título hace referencia a esa masa de desperdicios en movimiento y a la vez, a aquello que el mar devuelve a la orilla”. Así describe Ángela de la Cruz (Coruña, 1965) el modo en que sus obras representan, de manera figurada, lo vomitado por el mar. La muestra cuenta con una selección de dieciséis obras creadas a partir de 2009, año en el que la artista se reincorpora al trabajo después de una larga estancia en el hospital. La Fundación Luis Seoane se da un aire a la playa en invierno, con obras apoyadas en el suelo o en la pared, como si la marea las hubiera arrastrado hasta la orilla.

Las fuentes de inspiración de Ángela de la Cruz (desastres naturales, guerras, etc.) y la morfología de sus piezas (minimalista, monocroma, etc.) hacen que sus obras concuerden con los parámetros básicos del haiku. El haiku es un tipo de poesía japonesa que siempre cumple unas características: son tres versos breves y concisos sobre un acontecimiento que llama la atención del poeta. Estos versos hablan de la naturaleza, la realidad sensorial, el clima, la temperatura o simplemente un color. La contemplación y el silencio se encuentran en la raíz del haiku y a modo de comparativa, en las obras de Ángela de la Cruz. En el caso de la artista gallega, los tres versos se solapan para formar cada obra. A través del título, el material y el gesto, Ángela de la Cruz se expresa a sí misma, se autorretrata.

Los títulos suelen aludir a una temperatura, a una sensación: Battered (Golpeado), Bloated (Hinchado), Burst (A punto de estallar), Dirty (Sucio), Flood (Encharcado), Stuck (Atascado), Wet (Húmedo). Los materiales a una expresión plástica: aluminio pintado de blanco o marrón, bastidores quebrados, lienzos enrollados o colgados como abrigos en la pared. Los gestos son contenidos: golpe, erosión, pintado, rascado, abandonado, reciclado. Véase como ejemplo de haiku atlántico la obra Debris (Escombros, 2012), un lienzo negro que se ha tragado un banco de madera del estudio londinense de Ángela de la Cruz.

Transfer (White, 2011) es una pieza que formó parte de su primera individual después del derrame que sufrió y habla de la transición de su vida pasada a la situación actual, dependiente y en silla de ruedas. Transfer funciona como metáfora vital para su autora y difumina las distancias entre su cuerpo y sus obras. Consiste en una caja de aluminio pintada de blanco que tiene las medidas de la artista; por uno de sus extremos está apoyada en una silla de plástico y por el otro en un sofá minimalista; el alargado cajón blanco se encuentra sostenido y varado como la propia artista en una silla. Las obras de Ángela de la Cruz, autobiográficas, narrativas, calladas, equivalen a haikus en tres dimensiones (ABC Cultural)

Jet lag laboral. Juan Luis Moraza



Una cuerda con las hebras desenroscadas dibujando curvas en el suelo. A mano derecha Calendario de fiestas laborales, trescientas sesenta y seis hojas de calendario, todas ellas del 1 de Mayo de 2016, con sus correspondientes citas que aluden a la idea sobre la que gira la muestra: “Lleva mucho trabajo conseguir no trabajar”, “La libertad os transformará en trabajadores”, “Si solo se trabaja por el sueldo, solo se vive por una tumba.” Siguiente sala: grandes brocas de mármol, pizarras garabateadas con tiza y cuadros blancos pintados a carboncillo; mangos de herramientas carbonizados, un vídeo de dos tornillos. Una instalación multicolor de reglas deformadas y apoyadas sobre azulejos de espejo y al final, una discoteca gris con cintas de obra, amarillas y negras, y el sonido de una sala de turbinas. Agotador.

Siete salas y siete reflexiones visuales que se muerden la cola. Trabajo Absoluto es la última exposición de Juan Luis Moraza (Vitoria, 1960), compuesta por obras anteriores y otras recién nacidas. La exposición gira alrededor de la idea de trabajo perpetuo; el ocio como una obligación no remunerada, la fiesta como deber, la inocencia de quienes creen que existe el tiempo libre. Si al día siguiente recordamos la exposición, notaremos las agujetas.

La visita se convierte en tiempo laboral no contemplado como tal, hay que leer, pensar, mirar al techo y volver a observar de cerca y de lejos, y pensar si merece la pena pensar y si entre los propósitos del artista se encontraba el hacernos trabajar a nosotros, inocentes con tiempo libre que visitamos su exposición en horario no laboral. Lo que recordamos son imágenes aisladas, cada una con su título -acotando el territorio- e ideas como ramas de las que crecen más ramas, que luego hacen sombra. Lo cierto es que el visionado del conjunto de obras constituye una jornada de trabajo y estudio que nos pilla desprevenidos.

Trabajo absoluto es obra de un cartógrafo; si algo persiste en la trayectoria de Juan Luis Moraza desde sus comienzos ha sido el mapa, la interpretación de las líneas y las curvas y su proyección tridimensional. De un lado, las alfombras de objetos que parecen maquetas de un proyecto mayor, y por otro lado, las grandes reproducciones simbólicas de objetos pequeños. Entre ambos polos, un discurso sibilino, circular, difícil de definir a grandes rasgos como lo hemos hecho recordando el paseo por la exposición; a veces, con la impresión de que la obra plástica ilustra su cuaderno de notas y reflexiones. Una piedra, ¿trabaja? Post-visita a la exposición, mi trabajo personal ha sido acordarme, por fin, de un poema de Leonard Cohen: “Una persona que come carne quiere hincar sus dientes en algo. Una persona que no come carne quiere hincar sus dientes en otra cosa. Si por un momento te interesan estos pensamientos, estás perdido” (ABC Cultural)

Palabra de sílice. Eva Lootz



Fuego, aire, agua y arena de sílice. Incombustible, la artista vienesa Eva Lootz, residente en Madrid desde hace casi cuarenta años, dibuja en el CGAC su perfil más completo. Una selección de obras desde 1970 hasta hoy en día dan buena cuenta de la integridad conceptual, la perseverancia y la búsqueda constante de nuevos lenguajes para su identidad plástica. 

La vista aérea de la trayectoria de Eva Lootz empieza en los años setenta con las superficies bidimensionales construidas a partir de materiales naturales, esparto, cera, algodón. Ya entonces, la creadora se dejaba influenciar por corrientes artísticas como la abstracción americana, la pintura de superficie, la manera de estar y no decir nada más que lo que se presenta ante nuestros ojos. La más reciente de las obras que se ubica al final de la exposición lleva por título Wolframio; en un largo pasillo aparecen escritas preguntas, referentes al enigma no resuelto sobre la cantidad de este metal que viajó en la segunda guerra mundial desde Galicia a Alemania con fines destructivos, o el desconocido número de presos políticos que participaron en su extracción. Compartiendo el muro, decenas de bolígrafos de propaganda bancaria se encuentran colgados y listos para firmar, dibujando así el nombre del codiciado metal.

Eva Lootz se formó en Viena en distintas materias, cine, filosofía, pintura y podemos decir que no ha parado de estudiar y aprovechar las herramientas del tiempo como una esponja. En la planta baja del museo atravesamos una pasarela ligeramente elevada que conduce a los visitantes por una carretera que deja a ambos lados una escena de campos de polvo blanco con barcas recubiertas de parafina sobresaliendo de la pared: la instalación A Farewell to Issac Newton (1994). Un paisaje dentro de un paisaje, un prado de marmolina reflectante dentro de una sala doblemente estática y anestesiada.

El camino que atravesamos nos llevará a una espacio con esculturas de mármol creadas entre 2009 y 2013 -Serie Guadalquivir-, que provienen de la digitalización del cauce del río durante un período determinado y la posterior traducción de los datos a obras tridimensionales. El resultado emite vibraciones sin necesidad de leer la cartela ni de conocer el laborioso proceso que ha dado tal forma extraña al mármol. 

Los cuatro elementos, fuego, aire, tierra, agua, aparecen representados de diversas maneras a lo largo de la trayectoria de Eva Lootz; desde las lenguas de tierra o los paños quemados, hasta la utilización de hielo seco o la fuerza de la gravedad que deja caer la arena de sílice por el suelo. Ese sonido, que requiere el silencio de la sala para ser apreciado, bien define la actitud de la creadora: un silbido constante y anónimo. Eva Lootz dice lo que va a hacer, lo hace y luego dice lo que hizo; la relación discursiva entre las partes es circular y carece de grietas. De su primera aversión hacia la narrativa pictórica y escultórica, a la transformación de un archivo digital, su incisión y posterior pulido del mármol, toda una vida.(ABC Cultural)

Un banco llamado muro. Maider López




            Busquemos el lugar donde las intenciones aciertan o fracasan. A ver si encaja lo que Maider López (San Sebastián, 1975) dice poner en juego y lo que ocurre al visitar la exposición.
            En el 2008 presenta “Sala 1”, una instalación en la que reproduce la planta del Koldo Mitxelena en una sala del propio centro de arte, alegando que es: “Un espacio que se repite hacia dentro. Una arquitectura dentro de sí misma”. Tan vacías las palabras como la obra, Maider López desatina de nuevo con esta exposición producida por el Koldo Mitxelena y que ahora se encuentra en el MARCO. Desplazamiento es la intervención que da titulo a la muestra y el argumento bajo el que Maider López reúne trabajos de los últimos diez años. Fotografías del 2005 como Playa (gente utilizando una toalla roja en una playa) o Ataskoa (coches reunidos en un camino de improbable colapso), funcionan como ejercicios plásticos de fin de curso que apoyan ese desplazar improbable de pensamiento, reflexión y novedad social.
            Fragmento extraído de la información sobre la pieza: “Desplazamiento es una intervención específica en la planta baja del MARCO que genera un duplicado de medio metro de altura de las paredes del museo que, al ser desplazadas, nos permiten repensar el lugar, ofreciendo perspectivas, itinerarios y circulaciones no habituales”. Pretender que por elevar un tabique de pladur de 50 cm. de altura se esté desplazando 217 cm frontalmente y 415 lateralmente la planta del museo supone, de nuevo -en cuanto a la fundación de la obra de arte se refiere-, confundir el mapa con el territorio, el color con la luz, la velocidad con el tocino, o como prefieran llamarle a esta desubicación anodina de términos imprecisos. La instalación Desplazamiento no es un duplicado de los muros de una sala; a lo sumo, un banco corrido en el que nadie se puede sentar ¿En qué momento la obra nos invita a repensar, qué nueva perspectiva nos ofrece y qué circulación no habitual es tan interesante? ¿Qué aporta en comparación, por ejemplo, con aquella pieza de Karmelo Bermejo “Mástil de bandera girado 180º y clavado en el suelo” que atravesaba el MARCO en el año 2011?
            En la síntesis del proyecto expositivo que ahora presenta está escrito: “Desplazar es mover o sacar a alguien o algo del lugar en el que está, una definición que nos da las claves necesarias para enfrentarnos a estos trabajos. No sólo porque Maider López utiliza el desplazamiento como recurso para crear situaciones de extrañamiento, sino por su voluntad de generar un nuevo lugar mental en el que confrontar nuestras ideas preestablecidas”. Sólo con cortar y pegar aquí las inconsistencias conceptuales del proyecto,  la crítica hablaría por sí sola. Un lugar mental: ni más ni menos.
            Dudo que las personas y los espacios con los que Maider López colorea un contexto público puedan generar lugares mentales. Reconozcamos que algo no encaja; si sus palabras ilustran su intención, el resultado no ilustra sus palabras. (ABC Cultural)

Datos personales