Deleuze hablando sobre el acto de creación
decía: “Uno de los motivos del arte y del pensamiento es una cierta vergüenza
de ser un hombre”. Anselm Kiefer nace en 1945 en Donaueschingen,
Alemania. A lo largo de su vida se ha enfrentado a la pintura cuerpo
a cuerpo con la historia de su país: la capacidad de destrucción, la habilidad
del ser humano para quemar las señales de vida. Su posición ante el arte y la
memoria histórica es frontal: consiste en no dejar caer en el olvido las
consecuencias de la guerra, plasmar el desastre colectivo.
La vergüenza de ser un hombre es una corriente de fondo en el trabajo de
Kiefer. Sus obras son momumentos a la condición miserable del ser humano, tal
vez por eso el público se refiera a él como un clásico de la pintura. Cualquier
obra en exposición ilustra el modo en que Kiefer transforma la vergüenza en una
fuerza indestructible que alimenta su obra.
Todo lo que
en Kiefer no hay es agua, luz, calor. El comisario de la exposición recuerda
las palabras del maestro de la pintura: “Kiefer ha dicho que no se puede pintar
un paisaje después de que los tanques hayan pasado por él, cuando la tierra ya,
en vez de estar arada, ha quedado reducida a cenizas”. La exposición en el MAC
es un homenaje a Kiefer, y la obra de Kiefer es un homenaje a la pintura. Los
materiales con los que representa imágenes de la naturaleza -pintura, óleo,
acrílico, plomo-, se entremezclan con los vestigios de un paisaje devastado -hojas
quemadas, plantas secas, alambres. El gris que le caracteriza es el de la
tormenta, el del plomo fundido o las cenizas; las cenizas parecen en sus
pinturas plomo ligero, los kilos de plomo nubes. Las tonalidades de las obras
de Kiefer son la consecuencia directa del fuego como elemento destructor. Por medio de la representación del paisaje desolado,
leemos también el rastro de la guerra y sus huellas sobre un individuo, el
propio pintor. El escenario de sus lienzos parece un coto de caza, un terreno
sitiado, donde si hay una escalera nadie la sube, y si hay un vestido de
primera comunión nadie lo ocupa.
De la mano del hombre que descubrió el fuego, a la mano que quemó
campos y edificios en la guerra y posguerra, hay una línea de comunicación muy
frágil. En vez de seguir el lema crear = olvidar, Kiefer embiste el centro del
dolor de un pueblo calcinado por dentro y por fuera. Con esos sentimientos el
espectador empatiza sin explicación posterior necesaria. En 1974 tituló a un
cuadro: Pintar = quemar, y con él describe su ideología, su actitud ante la
pintura y el tiempo pasado. El fuego está presente en sus obras de manera
explícita, igual que de manera explícita habla de la asfixia, del terreno
arrasado, de las almas vagabundas que pasean por la fábrica abandonada que
utiliza de estudio, donde se rodó el documental que forma parte de la muestra: “Crecerá
hierba sobre vuestras ciudades”, de Sophie Fiennes.
Fernando
Castro escribe en el catálogo: “Los paisajes de Kiefer denotan tristeza- y no
placer por el ocaso”. No hay una búsqueda de un mundo mejor o de un lugar
cálido donde habitar. Pensando en Kiefer recordamos a Séneca en su libro Sobre la clemencia: pero … ¿a quién le gustan los festejos cuando está encerrado? (ABC, El Cultural)