Durante la primera exposición individual en España
de Mark Manders (Volkel, Países Bajos, 1968), pensé en aquello que Jean Genet
escribió en el Objeto Invisible: “Las ideas que no sirven para nada deben ser
protegidas y provocar el canto”. Y las obras de arte. Tal vez debería existir en
el mundo algo así como una zona dedicada a obras de arte que no sirven para
nada: solo para aquellas creaciones que poseen ese valor en alza en los últimos
años. Valor que consiste en provocar la intranscendencia, la inmaterialidad, la
fugacidad y la borrosa certeza de que en su contemplación se ha aprehendido
algo. En palabras del artista: “Todos mis trabajos
aparecen como si estuviesen recién acabados y hubiesen sido abandonados por la
persona que los creó. No existe diferencia entre una obra hecha hace
veinticuatro años o tan solo un día. Como las palabras en una enciclopedia,
están ligadas entre ellas en un gran súper momento que se encuentra siempre
unido al aquí y al ahora”. Mark Manders recrea el tiempo de la lectura, de la
narración interior.
A lo largo de su trayectoria podemos ver que como
artista es un escritor al que poco o nada le interesan las palabras que definen
imágenes, sino las imágenes que cada espectador transforma de nuevo en
creaciones visuales. Manders lo cuenta a raíz de un plano trazado en el suelo
con instrumentos de dibujo que lleva por título “Self Portrait as a Building” (Autorretrato
como edificio, 1986): a partir de aquella obra empezó a escribir un libro en
forma de autorretrato con objetos. De ese modo, según Mark Manders, el
espectador/lector y el artista/escritor crean un autorretrato suspendido entre
ambos. Aquel plano que aún hoy en día revisita, fue su primera máquina de
escribir.
Las obras de Manders se sitúan en el campo de la
escultura y juegan con los materiales y las proporciones de los objetos para
crear ensamblajes de grandes o pequeñas dimensiones. Podrían extraerse
características comunes desde aquella primera obra de 1986, como los ejes de
simetría distorsionados, la figuración animal, la distancia ahogada entre los
objetos, el bronce pintado, las sillas, etc. pero no resultaría tan relevante
como esa sensación de atrezzo seco, extraño, hierático. Parece que las obras
fueran diseñadas por un escenógrafo sordo para una función de microteatro sin
actores y sin narración posible que valga la pena ser dictada en voz alta. (ABC Cultural)