La realidad se ha pixelado a tanta velocidad que es difícil referirse a ella. Huye. Los cuadros, membranas sensibles, son ahora sistemas aislados que se refieren a si mismos y a su posición en el tejido de los signos, antes que a cualquier apariencia real. En el mundo y al descubierto, cada pintura extiende el brazo y se señala con el índice; al decirse a sí misma se vuelve irrompible, impermeable a causas ajenas, establece un tiempo fuera del tiempo.
La iniciativa de la Fundación Pedro Barrié de la Maza al iniciar una colección de pintura que reúna a creadores a partir de los años 70 del siglo pasado, tiene para el comisario David Barro, un cometido directo: “¿De qué hablamos cuando hablamos de pintura hoy?” Si el acto de pintar corresponde a un planteamiento vital, tal vez la propuesta expositiva cuestione cuál es el signo de la pintura actual, fuera de sí misma.
La pintura, en su sentido metarreferencial, pudiera reducirse a las siguientes razones: constancia, verdad y velocidad. Para los creadores, lo menos importante parece ser la frontera entre la lengua en la que se comunican y el discurso abierto en el lienzo. La pintura reside en el brete obstinado entre el soporte y el contacto con él: la velocidad, la mesura, el tiempo invertido en la imagen. La prolongación de esa herramienta imprescindible para crear, la pasión, consiste en saber plasmar la oportunidad del gesto que pasa por delante o detrás de sus ojos.
Sin cartelas y algunos apoyados en el suelo, un folleto informa sobre el autor de la obra.
El uso del objeto-cuadro funciona en Fabián Marcaccio como elogio a una dimensión posible en cuanto imaginable; llámesela pictórica o escultórica, la retícula se ha logrado y resiste, como ocurre en el cuadro seleccionado de Imi Knoebel. En este último nos situamos ante la formulación de una superficie pintada, que acoge en su saber estar la presencia de los signos que mantienen erguido el ámbito de la pintura, color que cubre y deja el soporte al descubierto.
Una posición que aparece contrastada en la muestra por la figuración de Fiona Rae con Look!! Look!! Look!!, al reubicar una explosión estelar de relaciones cromáticas y animadas en constante juego sobre el lienzo. Aunque no fuera su intención, la superficie peinada de verde y ocre brillante de Jason Martin parece un primer plano de una cabellera flotando en el agua. El juego es de elusión y alusión, creación de un espejismo desde el soporte hacia una realidad desvelada.
Günther Förg presenta un gran lienzo como una gran prueba de color independiente de su paleta. Vemos porque recordamos, reinterpretamos las imágenes porque en ellas se encuentran pedazos de nuestra imaginación aún oculta; se alzan como signo de sí mismas, y una nueva figuración surge con ellas. Esto ocurre con la pintura, con los cuadros de cualquier época; donde un pintor deja el rastro de un tiempo trabajado, quien lo visita con cuidado rememora el tiempo apostado en su construcción, el tiempo eludido que la rodea.
El tiempo de la pintura no está pixelado. Los rasguños se producen a otra velocidad y por contraste, la imagen lenta supone un frenazo en seco y un volver a pensar en la pintura como obsesión y fórmula temporal de una espera imaginable. Con la lentitud de la pintura resulta menos preocupante la velocidad de los días. (ABC, El Cultural)