domingo, 20 de abril de 2014

Mascarada. Chelo Matesanz



Toda retrospectiva es arriesgada precisamente porque podemos observar las zancadas y las distorsiones del quehacer vital de un artista a través de los años. A grosso modo, en las telas y esculturas de Chelo Matesanz (Reinosa, Cantabria, 1964) podemos distinguir tres períodos: los collages y el controvertido imaginario infantil de los 90, las manchas propulsadas en la primera década del s. XXI y las labores de costura y figuración con las que se cierra la muestra.

Los años noventa fueron los peluches sexuados, collages de bocadillos de comics porno y la apropiación de la estética de los clichés del imaginario infantil. En palabras de Matesanz: “es la mirada perversa del adulto la que hace que la lectura pueda ser más o menos agresiva, en función de sus propios límites”. Se trata de guiños humorísticos realizados con una mordacidad ligera y polémica; un corta y pega irónico que tiñe de morbo un territorio virgen: la niñez bañada de violencia y sexualidad.

Del comienzo expositivo característico y reconocible en la trayectoria de Chelo Matesanz, lleno de significados disfrazados a través de la suma retorcida de juguetes y juegos infantiles, pasamos a las manchas sobre lienzo, sea tinta sobre papel o fieltro cosido sobre lonas reproduciendo salpicaduras. Con un lenguaje que combina a la perfección con el “Jerk-off Anime Boy” de Takashi Murakami, la artista presenta Lo que Lee Krasner podía haber hecho…pero no hizo” (2001), y en efecto, es el espectador quien tiene que proyectar qué es lo que Lee Krasner podía haber hecho respecto a su marido Jackson Pollock.

En la última sala de la exposición, donde se encuentran bustos de cabezudos y la serie de retales cosidos sobre telas que representan personas extraídas de los carnavales cántabros y gallegos, podemos releer la dilatada fiesta escondida desde los noventa en la trayectoria de Matesanz. A medida que pasan los años, las obras añaden tiempo físico sobre el soporte, las imágenes ganan en levedad conceptual y los títulos pelean por mantener algo divertido en todo ello.

Del 2000 a esta parte datan obras como “Te conozco bacalao aunque vayas disfrazao” (2006), una mascarada tradicional de peliqueiros y zamarrones dibujados con pespuntes y telas sobre un lienzo de grandes dimensiones. En otra de sus piezas una especie de Leda atómica corona la tela: “En el musgo de los troncos la cobra tendida canta” (2009). Los títulos de las obras de estos últimos años reavivan ese pellizco humorístico de los 90. Gracias a ellos, asoma un gesto aliviado en la cara de los espectadores. “Dios nos ayude a aceptar todo aquello que no podemos cambiar”, dice la pancarta cosida con el lema popular que abre la exposición.

Como cada visitante muerde las obras a partir de sus experiencias y es cierto que el espectador tiene que trabajar al visitar la exposición, uno proyecta sus vivencias personales o ciertas referencias artísticas. En cuanto a la última etapa de disfraces y cabezudos, me voy a la figuración carnavalesca, macabra y enérgica que George Condo celebra con brío en sus pinturas. Condo le llamaba a su figuración surrealista “cubismo sicológico”; decía que su estilo explota "nuestras propias imperfecciones -lo privado, los instantes que pasan inadvertidos o los aspectos ocultos de la humanidad”. De alguna manera ese “cubismo sicológico”, turbio y explícito atraviesa la trayectoria de Matesanz; se va apagando en los lienzos y las esculturas, pero a través de los títulos recobra el aliento de algo parecido a lo que definía el pintor norteamericano.

De un lado, “Mis cosas en observación” resulta una pequeña celebración de la pasividad, de los seres que padecen, incluso en los últimos años parece la propia artista quien se decanta por el rol pasivo, como si un presentimiento de abulia sobrevolase la exposición. Subordinada a la creación como reflejo involuntario de los músculos de la mano, Matesanz parece reinterpretarse como sujeto pasivo de su trayectoria pasada. Lo que comenzó siendo mordaz se va calmando con el tiempo, transformándose de manera irónica como en desidia, falta de apetito. Del otro, puede que este haya sido el objetivo de la creadora: la parodia del artista como sujeto pasivo. (El Cultural, ABC)

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