Toda retrospectiva es arriesgada precisamente porque podemos
observar las zancadas y las distorsiones del quehacer vital de un artista a
través de los años. A grosso modo, en las telas y esculturas de Chelo Matesanz (Reinosa,
Cantabria, 1964) podemos distinguir tres períodos: los collages y el
controvertido imaginario infantil de los 90, las manchas propulsadas en la
primera década del s. XXI y las labores de costura y figuración con las que se
cierra la muestra.
Los
años noventa fueron los peluches sexuados, collages de bocadillos de comics
porno y la apropiación de la estética de los clichés del imaginario infantil.
En palabras de Matesanz: “es la mirada perversa del adulto la que hace que
la lectura pueda ser más o menos agresiva, en función de sus propios límites”.
Se trata de guiños humorísticos realizados con una mordacidad ligera y polémica;
un corta y pega irónico que tiñe de morbo un territorio virgen: la niñez bañada
de violencia y sexualidad.
Del comienzo expositivo característico y reconocible en la
trayectoria de Chelo Matesanz, lleno de significados disfrazados a través de la
suma retorcida de juguetes y juegos infantiles, pasamos a las manchas sobre lienzo,
sea tinta sobre papel o fieltro cosido sobre lonas reproduciendo salpicaduras. Con un lenguaje que
combina a la perfección con el “Jerk-off Anime Boy” de Takashi Murakami, la artista
presenta “Lo que Lee Krasner podía haber hecho…pero no hizo”
(2001), y en efecto, es el espectador quien tiene que proyectar qué es lo que
Lee Krasner podía haber hecho respecto a su marido Jackson Pollock.
En la última sala de la exposición, donde se encuentran bustos de
cabezudos y la serie de retales cosidos sobre telas que representan personas
extraídas de los carnavales cántabros y gallegos, podemos releer la dilatada
fiesta escondida desde los noventa en la trayectoria de Matesanz. A medida que pasan los
años, las obras añaden tiempo físico sobre el soporte, las imágenes ganan en levedad
conceptual y los títulos pelean por mantener algo divertido en todo ello.
Del
2000 a esta parte datan obras como “Te conozco bacalao aunque vayas disfrazao” (2006),
una mascarada tradicional de peliqueiros y zamarrones dibujados con pespuntes y
telas sobre un lienzo de grandes dimensiones. En otra de sus piezas una especie
de Leda atómica corona la tela: “En el musgo de los troncos la cobra tendida
canta” (2009). Los títulos de las obras de estos últimos años reavivan ese
pellizco humorístico de los 90. Gracias a ellos, asoma un gesto aliviado en la
cara de los espectadores. “Dios nos ayude a aceptar todo aquello que no
podemos cambiar”, dice la pancarta cosida con el lema popular que abre la
exposición.
Como cada visitante muerde las obras a partir de sus experiencias y
es cierto que el espectador tiene que trabajar al visitar la exposición, uno
proyecta sus vivencias personales o ciertas referencias artísticas. En cuanto a
la última etapa de disfraces y cabezudos, me voy a la figuración carnavalesca,
macabra y enérgica que George Condo celebra con brío en sus pinturas. Condo le
llamaba a su figuración surrealista “cubismo sicológico”; decía que su estilo
explota "nuestras propias imperfecciones -lo privado, los instantes que
pasan inadvertidos o los aspectos ocultos de la humanidad”. De alguna manera
ese “cubismo sicológico”, turbio y explícito atraviesa la trayectoria de
Matesanz; se va apagando en los lienzos y las esculturas, pero a través de los
títulos recobra el aliento de algo parecido a lo que definía el pintor
norteamericano.
De un lado, “Mis cosas en observación” resulta una pequeña
celebración de la pasividad, de los seres que padecen, incluso en los últimos
años parece la propia artista quien se decanta por el rol pasivo, como si un
presentimiento de abulia sobrevolase la exposición. Subordinada a la creación
como reflejo involuntario de los músculos de la mano, Matesanz parece
reinterpretarse como sujeto pasivo de su trayectoria pasada. Lo que comenzó
siendo mordaz se va calmando con el tiempo, transformándose de manera irónica
como en desidia, falta de apetito. Del otro, puede que este haya sido el
objetivo de la creadora: la parodia del artista como sujeto pasivo. (El Cultural, ABC)