sábado, 23 de mayo de 2009

A vueltas con la pintura


  Corría el s. I de nuestra Era cuando Plinio el Viejo terminaba del siguiente modo su capítulo “Orígenes y desarrollo de la pintura”: “Hasta aquí, todo lo referente a la dignidad de un arte que está muriendo.” Veinte siglos no le han dado la razón al escritor de uno de los tratados de arte más antiguos que ha llegado hasta nuestros días. Plinio hablaba del agotamiento de la pintura y en la exposición “Antes de hoy y pasado mañana” el comisario todavía se plantea la destrucción del espacio pictórico. La agonía o el estado moribundo de los discursos generados a partir de su cuestionamiento, señalan la fuerza del género para sobrevivir a los vaivenes de la catalogación, y a los pseudo-problemas derivados de la nomenclatura, la relectura y puesta a punto de los engranajes conceptuales.
  El amplio espacio de las dos salas que reúnen a más de sesenta artistas, nos ofrece una panorámica que casi nos invita a girar sobre nosotros mismos trescientos sesenta grados. La exposición parece estar concebida como paisaje de paisajes, la mirada “panóptica” se presenta como la apuesta del comisario y confirma que el mareo es el medio de acercamiento al abanico de ejemplares que componen la muestra. La vista del conjunto impide la valoración individual, nos defiende de cada obra de arte como signo cruzado, el grupo difumina las facciones individuales. Lo complejo que resulta distinguir los rasgos personales de cada obra nos indica el camino para apreciar la exposición: no deberíamos acercarnos demasiado a ellas, sino quedarnos en el centro de la sala y dar vueltas sobre nuestro eje.
  La visión panorámica excluye el lugar de la imagen, deja atrás la apreciación del espacio posible que cada superficie revela. Desde nuestro cuerpo inmóvil y giratorio cabe plantearse un mínimo de tres dudas: si en realidad ha habido sucesivas muertes y resurrecciones de la pintura -más allá de la escritura-, si hay pintura o deberíamos dirigirnos hacia lo pictórico como una cualidad intrínseca a la obra de arte desde que aparece ante nuestros ojos, si hablar del presente de la pintura oculta lo que la pintura revela. “Se habla de arte para no hablar de aquello de lo que el arte habla” escribe Ángel González en “El Resto”. Así es que la propuesta de David Barro nos aleja de lo que el arte habla. Resulta imposible acercarse a las obras por más que nuestro cuerpo se precipite hacia ellas en grupo o por separado. Absorbidas por el perfil grupal, el modo de recepción “a vista de pájaro” esconde la dificultad de cada imagen, agujero y cripta. Tal vez la alternativa consiste en apreciar la sinfonía en vez de separar las voces que la componen “¿Cómo y por qué es posible hoy -todavía- la pintura?” pregunta el comisario. La respuesta formula otra pregunta: ¿Por qué no? Llevamos una veintena de siglos asombrados injustificadamente por su supervivencia, el aserto de Plinio el Viejo nos recuerda lo arriesgado de lanzar una definición sobre el estado actual de la pintura.
  En un acto de ceguera aterrador, los visitantes pegamos la nariz a la obra. Cuanto más nos acerquemos a las imágenes, menos entenderemos de las mismas. La invitación de “Antes de ayer y pasado mañana” es panorámica por prudencia. El problema, si lo hay, consistiría en escoger la distancia adecuada para observar las obras de arte. El contacto inmediato tiene sus peligros. Plinio el Joven narró la muerte de su tío quien ordenó preparar una barca para aproximarse al lugar del que todo el mundo huía. A medida que se acercaba al Vesubio en erupción, dudó por unos instantes si debería retroceder o continuar. “A los valientes siempre les acompaña la fortuna” dijo Plinio el Viejo y continuó rumbo al centro del volcán que a su paso construía paisajes desoladores. Con su deseo insaciable de conocimiento directo, dictaba a sus siervos lo que veía con sus ojos. Murió allí mismo, en Estabia, donde había acudido para ver el fenómeno de cerca. Asfixiado por el denso humo de azufre cayó en la última de las somnolencias. Plinio el Joven, sin embargo, testigo de la ambición de su tío, no murió en ese acto de aproximación innecesario, manteniendo la distancia prudencial hacia lo que abrasa. El primer hombre que dio por cierta la disolución de la pintura se acercó demasiado a ella, que el azufre no nos impida hablar de aquello de lo que el arte habla. (ABC, El Cultural)

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