miércoles, 28 de enero de 2015

Costumbrismo abstracto. Carlos León



            A veces las exposiciones se te pegan; hay un tipo de obra que se pone de moda y de repente te tropiezas cada dos por tres con artistas y trabajos parecidos. Hace unos años fue la plaga de cubrir objetos de color dorado, luego la de quemar dinero, luego la de atar dos maderas con una cuerda, apoyarlas sobre un pedazo de tela -por ejemplo- y aderezar la obra con un título literario y corpulento.
El caso es que cuando uno es incapaz de apreciar ciertos fenómenos de atracción artística, o ciertos artistas, se pregunta qué pasa: ¿será una limitación  personal o tal vez un lugar incómodo hacia el que la reflexión y la crítica te empujan? Un poco de cada coincide en esta exposición.
Caminamos por las salas del CGAC entre obras de Carlos León (Ceuta, 1948) que en su mayoría han sido realizadas en esta últimos época. Aunque él mismo se defina como “pintor español”, Carlos León también se encuentra ligado a la escultura desde los años setenta. Por aquel entonces León estuvo adherido a un tipo de pintura de carácter formalista ligada al movimiento francés supports-surfaces y en parte así es conocido en nuestro país: como artista representativo de la pintura abstracta española. Sin apenas variaciones en todo este tiempo – cambios de soporte, superficie o cualquier matiz heterogéneo-, dos constantes en su trayectoria se trazan con claridad a lo largo de la exposición: por un lado, la pintura de corte expresionista gestual aplicada con las manos; por el otro las esculturas con materiales de sobra.
Estas últimas consisten en desechos industriales -tablas, cables, telas- y chatarra soldada o ensamblada con un cierto rigor cromático y aprecio a las texturas. El lado lírico de la basura se pierde por completo al transformar los objetos rescatados en composiciones equilibradas, en mobiliario propio de un salón o un recibidor. Técnicas: collage, ensamblajes y objetos apoyados (que no es lo mismo que encontrados, nada de trouvè) en el suelo o en la pared. Títulos: “Membrana”, “Confidencia”, o “Ese orden que llamamos amor”.
Carlos León escribe a propósito de la muestra: “La chatarra es una escritura, la parte legible de un lenguaje complejo. Y se diría que la función del artista que se sirve de ella para construir sus obras es, en primer lugar, la de inscribir ese lenguaje en el discurso general de las ideas, la de fundirlo en el más específico de la reflexión estética, y situarlo en el territorio de la producción artística circundante“. Y volviendo al principio, cuando hablábamos sobre los límites perceptuales y cognitivos que una obra de arte despierta en el pensamiento crítico, uno se pregunta cómo demonios inscribir el complejo lenguaje de la chatarra en el discurso general de las ideas y de la reflexión estética.
Al final de una sala, el espectador puede observar una estantería metálica con sobres acolchados sobre las bandejas y con el prefijo –pre- en el suelo. Luego puede leer el título: “Predecir”, girar un par de veces la cabeza a los lados y relacionar la teoría escultórica con la carne que tiene ante los ojos.

La vertiente pictórica, formada por paneles de aluminio o láminas de poliéster translúcidas, superpuestas haciendo veladuras, tampoco es fácil de apreciar a primera vista. Sobre todo porque muchas de las fuentes utilizadas al escribir este artículo le enmarcan dentro del expresionismo abstracto. La aplicación de los pigmentos con sus propias manos, empapadas de simbolismo romántico, se encuentra alejada de todo pronóstico expresionista abstracto. Ahora bien, ¿podríamos hablar de costumbrismo abstracto? (ABC Cultural)

249 litros. Carlos Maciá



Bocetos a escala real

El MARCO empieza el año inaugurando un nuevo espacio anexo con “Intertextual”, un proyecto de Ángel Calvo Ulloa. Desde el título el comisario quiere hacer referencia a la porosidad de las artes para nutrirse entre ellas y generar nuevos diálogos con el exterior, el público y los espacios anónimos.

Por la noche, las tres ventanas del ala izquierda del MARCO proyectan una luz roja a la calle. Se trata de la obra de Carlos Maciá (Lugo, 1977) titulada “249 litros”, con la que se abre este ciclo de intervenciones y proyectos que se sucederán a lo largo del año, contando con la próxima participación de Mauro Cerqueira, Juan López, June Crespo y Fernando García.

Situado en el recibidor del museo, el espacio anexo se muestra tras un tabique y una puerta de cristal. Carlos Maciá encaja en este espacio un bloque de espuma de poliuretano de color rojo flúor, de idénticas medidas a la puerta y de un largo igual al de la sala de exposiciones. Con esta obra bloquea el acceso a la estancia. La cabeza del bloque sobresale un metro de puertas afuera, con lo que el espectador ve el largo de la pieza a través del cristal pero no la puede rodear, tan solo puede acercarse a un extremo.

La instalación con la que se inaugura “Intertextual” impide el paso; desplazada hacia delante, congestiona el acceso al lugar donde las obras se admiran. Por un lado, “249 litros” parece una señal de prohibido entrar, roja, brillante y más alta que nosotros. Por el otro, ese metro de bloque se asoma para irrumpir en el espacio no expositivo. La intervención obstruye el paso al visitante además de apropiarse de un metro de recibidor, zona de bienvenida al público. Los papeles se intercambian, la obra pisa el suelo de un espectador que no puede pisar el museo.

Este último trabajo de Carlos Maciá mantiene la textura y el acabado de “45 litros”, obra realizada el año pasado en la residencia para estudiantes que Le Corbusier y Jeanneret diseñaron en la Ciudad Universitaria de París. En la misma línea se encuentra la intervención de 2009, “25 kilos de rojo flúor”, una línea de pintura que gotea desde la parte más alta de un muro de hormigón. Desde el diseño de una colección de pañuelos para Loewe en la temporada otoño invierno de 2011 hasta su trabajo derivado de la Beca de la Fundación Pollock-Krasner en N.Y., la impresión general tras el visionado de su obra es fluctuante. Como si lo que vemos fuesen bocetos, pruebas y maquetas a escala real, el camino trazado por el artista es tan imprevisible como un dripping lanzado sobre el mismo lienzo por dos personas distintas. Si algo llama la atención en esta y otras obras de Carlos Maciá, es la capacidad por parte del artista para derramar timidez o cierto pudor expresivo mediante colores vivos y litros y kilos de pintura flúor (ABC Cultural)

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