jueves, 14 de agosto de 2008

El museo en sí mismo



Esas amplias habitaciones interiores que un día de 1793 abrieron sus puertas con el nombre de Musée du Louvre, en poco se parecen a estas propuestas de museo hacia afuera, que veinte artistas han modelado para los espacios del MARCO de Vigo, antigua cárcel y restaurada. En la acción de Roman Ondák “Midiendo el universo”, los visitantes marcan su altura en la pared y escriben su nombre, de modo que tal vez sea la imagen o línea del horizonte museológica que apunta este proyecto, el museo como lugar de proyección personal, para uno mismo. El discurso de Loreto Martínez en la rueda de prensa funciona también como definición general o sinopsis del trabajo expuesto: sentada entre el público comienza a hablar mientras unos altavoces reproducen en el exterior del MARCO: “Son exactamente las 12 horas y 32 minutos (…) mi nombre es Loreto. “Artista” invitada a participar en la exposición El medio es el museo que se inaugura esta noche a las 20 horas (…)
Los proyectos ya son exteriores, miran hacia fuera y lo hacen para volver a pensar el espacio expositivo: de nuevo mirar hacia dentro. Marshal Mc Luhan así lo formulaba en los años sesenta del siglo pasado: “El medio es el mensaje”; generamos herramientas que luego nos forman a nosotros. La intención de los comisarios ha sido “reflexionar sobre el museo entendido como medio y material, pero también como un sistema de convenciones históricamente establecidas en un lenguaje concreto”. Cuando en 1976 Christopher D’Arcangelo visitó el Louvre, descolgó un cuadro y luego se marchó, apuntando a la necesidad de hacer tambalear lo que dentro del museo está parado, las obras de arte. Anunciaba la necesidad de un diálogo de poder con la obra de arte: tú eres un cuadro que no puedes moverte. Podría decirse que con ese gesto impulsivo y relajado, involuntariamente D´Arcangelo estaba reformulando las futuras funciones del museo, la capacidad de respuesta, la recepción de voces y diálogos individuales. Así termina el monólogo de Loreto Martínez: “Y entré en un café y pedí un thé. Se escuchaba en la radio Take it as it come de… The Doors. Y un hombre se acercó y me dijo: Bonjours, Hola, Je m’appel… Me llamo Dominic. Nací el 15 de noviembre del 1959… ¿Esct-ce que puedo hacerle una pregunta? ¿No tiene la impresión que falta un poco de vida aquí? Y partió rápidamente”
No podemos pasear por dentro del “Pájaro en el espacio” de Brancusi, ni atravesar una fotografía de Jeff Wall, tampoco entrar en un icono bizantino o en un video de Nam June Paik. Podemos, en cambio, cruzar una instalación porque está construida de espacios sin objetos, por los que el espectador se aventura. Para hacernos una idea de lo que se entiende por instalación, bastaría quitar a una casa las paredes, e imaginarla como un espacio habitable y a la vista.
La obra nos instala dentro de su espacio, como sucede en un museo si lo pensamos como una gran obra de arte anónima. Su sentido es alojar otros sentidos, otros autores; cada centímetro de superficie es útil, desde la fachada a los extintores. Al adquirir la entrada, deberíamos ser conscientes de que vamos a caminar dentro de una obra de arte, percibir la situación como si fuéramos un trozo de comida que observa las paredes del estómago. En el interior los volúmenes se desplazan y nos empujan hacia otro lugar, apreciamos que a nuestro alrededor las dimensiones y los signos se transforman al pasar el tiempo.
Estamos dentro de un espacio que sirve para algo más que contener, proteger y clasificar las criaturas del artista. Se puede romper, manipular, y redefinir a cada instante, creando formas nuevas. El museo derrite vértices y vigas madre, marcos y molduras, avanza en dirección a él mismo como soporte en movimiento que admite, consiente y recibe cualquier agresión física, amable o perniciosa.
El museo como material y como medio apunta a los que tal vez sean los dos procesos escultóricos clave, el método aditivo y el sustractivo. Añadir, aportar y dinamizar información para que el organismo aumente de volumen; o restar material, lo que de alguna manera se consigue al referirse al museo desde el propio recinto, como marco autorreferencial, como metadiscurso. Hablar de esta peana horizontal y escenario flexible, supone extraer los temas que habitualmente se exponen por medio de las otras obras de arte que no son él mismo, llenar el estómago del museo con piezas que le hacen referencia. Así apuntan los comisarios Pablo Fanego y Pedro de Llano: “el museo se percibe no sólo como un lugar de instrucción o educativo, según la definición decimonónica, sino también como un entorno destinado a estimular la actitud ‘performativa’ de los espectadores a través del cuestionamiento del amplio catálogo de rutinas sociales que tienen lugar entre sus muros”
Cuando en vez de hablar de las piezas que el museo contiene se dirige el discurso hacia el museo como obra de arte, es como si a la institución le hubieran salido hormigas, los espectadores que caminan por él y le ofrecen su humilde rumor, hormigueo. (ABC, El Cultural)

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