martes, 7 de marzo de 2017

Exposiciones críticas. Discursos críticos en el arte español, 1975-1995



En palabras de los comisarios, (Ex)posiciones críticas. Discursos críticos en el arte español, 1975-1995: “pretende hacer visible la existencia de múltiples criterios e interpretaciones críticas…, desmintiendo así el lugar común de que en el mundo del arte español no ha habido un pensamiento crítico”. Uno: la existencia de múltiples criterios en aquellos años, hoy en día no es, por decirlo así, un gran hallazgo curatorial. Dos: ese lugar común que dicen aclarar de una vez por todas (que en aquellos años no había pensamiento crítico), hace tiempo que no necesita ayuda para ser desmentido, los propios artistas que forman la retrospectiva, entre otros, se han encargado de ello. Al hacer visible lo visible, hablamos de una sobre-exposición, las obras se han quemado. En el museo no destaca la existencia de múltiples criterios, sino el hecho de lo poco que brillan las obras seleccionadas.
El proyecto que ocupa las tres plantas del CGAC, reúne exposiciones de aquellos años, pero más que una “exposición de exposiciones”, como la definen sus comisarios, parece un catálogo ilustrado, lo cual transforma el museo en un bazar; un tanto críptico, pero un bazar al fin y al cabo. No hay una línea expositiva, hay un índice cronológico de contenidos. No hay salas, hay páginas. Las obras de arte parecen imágenes de anexo o de apéndice bibliográfico.
         Al empezar el recorrido, animados, nos detenemos en el acrílico de Guillermo Perez Villalta, “Grupo de personas en un atrio o alegoría del arte y la vida o del presente y el futuro”, posiblemente inspirado en aquel óleo de Max Ernst, “La cita de los amigos”, 1922. Ambos títulos resumen el ambiente que los comisarios han generado en el museo, con una educada sala para la generación de Atlántica, dedicada a los artistas gallegos que trataron de retomar el impulso que en los sesenta supuso en Galicia el Laboratorio de Formas de Seoane, Díaz Pardo y demás artistas. Personalidades únicas que añadieron un ingrediente clave: la generosidad y la amplitud de miras con las que transformaron el ámbito del arte gallego durante la dictadura.
         La generosidad, el compañerismo, los libros prestados, los viajes, las experiencias y las referencias compartidas, también caracterizan en gran medida a la época que enmarca a los creadores de esta muestra. Por supuesto que si nombramos el arte español entre el 75 y el 95 nos referimos a la respuesta plástica de artistas españoles al contexto de la transición y la consecuente apertura logística y conceptual de una plataforma para el arte contemporáneo. Fueron años de proliferación de las Bellas Artes, formación en gestión cultural y comisariados firmados por críticos; todo ello por primera vez. Sí. Fueron años contestatarios. Sí. Hubo exposiciones que marcaron un antes y un después. Sí. Y que otros comisarios leerían el período de otra manera, también es cierto. Pero esto, eso, aquello que hoy se puede visitar en el CGAC, se parece más a una cita concertada por antiguos alumnos del liceo encantados de conocerse a sí mismos, que a un reconocimiento hacia figuras clave en el panorama español del último cuarto de siglo.        
Paralelamente, los gestores de esta exposición han organizado un ciclo de debates que reúne a más de cuarenta conferenciantes repartidos en seis días de conversaciones polifónicas. Los bancos situados delante del acrílico de Guillermo Pérez Villalta para los asistentes a “Tentativas críticas, pretenden integrar los discursos y el público entre las obras. Contabilizando la docena de personas que asisten -sin poder evitar calcular el coste del pretendido evento, dados los recortes presupuestarios-, la revista que van a publicar con las ponencias no necesitaba tal reunión. Si el deseo es hacer un catálogo, señores, excusen llevarnos al museo.
En el libro El resto, biblia de muchos de los artistas representados, Ángel González escribía: “Se habla de arte para no hablar de lo que el arte habla”. A saber cuál sería la opinión de este último, la de Alcolea o la de Nacho Criado en torno a la muestra y su formato. La pieza de cuero cosido de Pepe Espaliú “Santo VI” –por  ejemplo- , allí reposa, rodeada de obras que tampoco se pueden apreciar. Cuánto han trabajado esos artistas y pensadores -para aparecer reunidos en el CGAC en forma de catálogo razonado-, por el futuro del arte español que ahora, en ocasiones, parece que si se muerde la lengua se envenena. (ABC Cultural)

El doble de la mitad. Rubén Ramos Balsa



La mitad del doble vínculo

El doble vínculo es el protagonista incuestionable de la exposición de Rubén Ramos Balsa (Santiago de Compostela, 1978). Además de encontrarnos con un buen título para una reedición de un ejemplar de Gregory Bateson –“El doble de la mitad”-, las sesenta obras realizadas entre los años 2000 y 2016, podrían ilustrar la portada ideal de cualquier investigación sobre percepción o sistemas de comunicación relacionados con la esquizofrenia, véase Bateson, Deleuze, Guattari, etc.

Rubén Ramos trabaja en el campo de la escultura, la instalación, la fotografía o la performance y entre sus referentes figuran Picasso, Einstein o Arquímedes. Aunque sus propuestas arrasen en exposiciones colectivas por la sencillez refrescante de sus piezas, el desinfle visual resulta notorio cuando se agrupan las sesenta obras que componen su primera gran individual. El propio Balsa reconoce que en su obra repite los mismos conceptos, duración, tiempo, gesto, etc., lo cual le lleva a realizar la misma obra en distintos formatos y medios. Si bien la repetición como ejercicio artístico puede resultar eficaz cuando se está configurando un lenguaje propio, el tiempo ubica las obras en su sitio. La exposición reúne fotografías e instalaciones conocidas, como “Soplar” o “La clase mar” y obras de nueva producción en las que efectivamente, el artista insiste en presentar las mismas ideas.

En la puesta en escena de sus trabajos, el mixto entre tecnología y arte configura la apariencia de las máquinas estéticas, es decir: desde la plataforma del arte le interesan los procesos en los que la tecnología alumbra nuevas presentaciones de la obra de arte. Es cierto que la ciencia posibilita los caminos expresivos de los planteamientos artísticos -un pincel tiene a sus espaldas tanta investigación científica como los 30000 lúmenes de un vídeo proyector 4K-, pero la pregunta es inevitable: ¿por qué las piezas de Rubén Ramos Balsa solo funcionan en y desde su subjetividad? Detrás de un discurso intenso de boxeador-matemático-ingeniero-artista que pretende demostrar obviedades científicas o tecnológicas al campo del arte y bebe de ese sencillo cambio de escenario, no se entiende por qué las obras que incluyen cualquier matiz tecnológico, permanecen literalmente apagadas. Si la clave del discurso de Rubén Ramos Balsa es la energía y sus nuevas posibilidades, la luz y sus revoluciones actuales, la cuanticidad del doble de un grano de arroz magmático empírico y atómico… ¿por qué sus obras no funcionan?

El discurso del artista camina en una dirección y su trabajo en la dirección contraria. Más allá de que en la presentación de sus piezas aparezcan, por ejemplo, una doble huella de un vaso de agua en la mesa, dos papeles arrugados, dos frutas, dos jarrones, dos lavabos, dos instantes de la misma estancia o dos fuerzas que generan energía, cuando nos referimos al double bind o doble vínculo como protagonista del trabajo del artista gallego, nos referimos a la asfixia comunicativa que emana de sus creaciones: la paradoja y la contradicción aparecen resueltas en términos estéticos. En definitiva, dos y dos y dobles y mitades mareadas de tanto mirarse al espejo. (ABC Cultural)

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