En la imagen de un búnker se encuentran todos los adversarios. Antes de enfocarlos como fósiles arquitectónicos integrados en la línea costera, ha de verse que la huella histórica de estos puntos de apoyo aislados, inmortaliza una espera saturada de enemigos. Imágenes sin torsiones de la guerra, faltas de mímica y hendiduras bélicas; el búnker pudiera parecer un cíclope de hormigón que se sienta a esperar y observa. “Para el hombre de guerra la función del arma es la función del ojo”, advertía Paul Virilio. El revés de la afirmación de Virilio significa a la cámara como arma de guerra. El acto de fotografiar lo llevaría a cabo el habitante del búnker, encerrado en el mirador o lente de visión que le dicta las imágenes que ocurren al otro lado. En su interior, todo el espacio es un fuera de campo. La línea que delimita el dentro-fuera del espacio acotado por el búnker es invisible, como aquella frontera perceptiva que asume el fotógrafo al apoyar el ojo en el visor de su instrumento. El hombre búnker también quiere capturar el instante; no es un farero que protege a los extraños, les denuncia de inmediato.
Son construcciones legítimas de la guerra, la síntesis formal del muro protector que vela por la exclusión del enemigo; en sus antípodas pensamos en los opuestos: el faro, la atalaya. Lugares visibles e inofensivos que desde lo alto emiten señales a los habitantes del mar para asegurar su llegada a tierra. En la actualidad se conservan más de 15.000 búnkeres desperdigados por las playas de Francia, Holanda, Dinamarca y Noruega, puntuando la costa atlántica como frente de batalla. La Fundación Luis Seoane es la encargada de rememorar algunas de las fortalezas construidas entre 1941 y 1944, cuyo cometido era el de vigilar el mar y defender tierras europeas durante la segunda guerra mundial. Atlantic wall consiste en una barrera continua de parajes aislados que redefinen y separan el lugar amigo del terreno adverso; también la situación de sus habitantes: a salvo o en peligro inminente. La línea del horizonte era la puerta del enemigo.
Las imágenes fueron el resultado de la travesía realizada por María Fernández y el arquitecto José Froján; consisten en vistas tomadas desde la playa, el campo o los caminos que conducen a la construcción; como si su cámara no fuese su punto de vista, parece que un búnker fotografiara a otro. Recuerdan a las creaciones de Le Corbusier -como Villa Saboya-, y a los paisajes habitados por hombres desprotegidos de Caspar David Friedrich. Estos viajeros azarosos que fueron destapando la costa europea, fotografían los elementos ubicados en un entorno, nosotros sabemos que estos refugios son construcciones creadoras de paisaje para quien los habita. Búnkeres, ostras que no guardaron perlas sino hombres que se comunicaban por radio y radar. Se trata del hombre búnker que vivía esa “experiencia interior” a la que se refería Ernest Jünger: una persona encerrada, provocadora de pensamientos e imágenes reconstruidas desde estos submarinos de tierra, barcos de guerra encallados.
Son lugares que lindan con la tierra, donde el contacto con ella es auditivo; el búnker esconde a un hombre separado y protegido cuyo contacto con el medio era audio-visual. Además de un edificio camaleónico para mirar lo que se avecina, sirve de endoscopio, a modo de utensilio introducido en el cuerpo para observar su funcionamiento. De este modo el hombre búnker se encierra en un lugar desde donde vigila y se transforma en una estancia que le observa.
Debe resultar inquietante enfocar y capturar un búnker de frente; nos referimos a aquellas imágenes de la muestra en las que el fotógrafo se sitúa en el punto de mira del edificio. Estos tanques inmóviles parecen fotografiar al dueño de la cámara, apuntarnos, radiografiar a quien les presta atención: como espectadores, en la muestra nos reconocemos enemigos para las fotografías. Estamos en el punto de mira de un doble disparo, lanzado por el hombre búnker y por el fotógrafo, quien nos coloca en la tesitura de objetivo a la vista. Es distinto fotografiarlo que observar su reproducción: el búnker es quien mira y encuentra a su adversario, la cámara intimida al receptor de la imagen.
Fernando R. de la Flor señala en el catálogo “estos testimonios melancólicos elaboran un duelo. No consienten la tendencia a olvidar tribulaciones pasadas. Su visión induce el modo en que se orquesta una elegía”. Estas cabañas macizas, insonorizadas como un estudio de grabación, representan un espacio sediento y saciado de alerta. Un frente de atención camuflado, vigilante de la costa occidental, preparado, listo para dar la noticia de una amenaza próxima. Si por un lado el hombre búnker aguarda la visión del enemigo, desconoce el fuera de campo, su alrededor no le pertenece. Porque los tanques están tierra adentro y su objetivo es móvil, giran sobre sí mismos, incluyen un sistema de visión múltiple que permite a los ocupantes abarcar el horizonte incierto del territorio enemigo. Esta es una diferencia con respecto al búnker, hierático, sin parte de atrás. Todo el que acecha sabe que es necesario cubrirse las espaldas. (ABC, El Cultural)