Parallel Walk
Guillaume Leblon
Cierta resistencia nos absorbe en la exposición de Guillaume Leblon (Lille, Francia, 1971); el carácter hermético destaca como nota principal, antes que la especial adaptación al espacio del museo o el aunar paisaje y taller en un centro de arte contemporáneo. Tal vez ese haya sido el motor creativo del autor, su intención primera o quizás el punto de vista elaborado a posteriori. El trabajo desplegado en las salas comunicantes del CGAC, resulta más rico que cualquier comentario analítico, reflexivo: o se atraviesan cada una de las obras de parte a parte o mejor será darse la vuelta y volver a casa.
Primer paseo. En la entrada exterior un cubo de hielo de un metro de alto; dentro, un árbol negro tumbado y teñido de negro, menos en la copa, que degrada hasta el blanco; aparecen unas bolas escondidas bajo una estructura amplia y de aspecto ligero, a pesar de su considerable tamaño; una fila de hortensias colindante se sitúa a lo largo de un escalón: aquí unos peldaños de granito negro, allí una construcción en arcilla amarilla, también con ladrillos de chimenea quemada; en seguida admiramos un grupo formado por delgadas tiras de vidrio verticales desde el suelo hasta el techo; en una sala más recogida, aparece apenas perceptible humo blanco a ras de suelo; más adelante se encuentra un video con el artista trabajando en su taller de París; en la última sala hay que rodear una habitación más pequeña de tabiques blancos, hasta llegar a la puerta de acceso, donde nos espera una estufa de leña construida con cerámica; en la pared de al lado, unas maderas horizontales con el nombre Javi escrito en tiza.
El recorrido espacial del segundo paseo es el mismo. El cubo tiene las mismas medidas que las piedras de granito de la entrada del edificio; “L´arbre” es el nombre del ginkgo, única especie vegetal que renació tras el bombardeo de Hiroshima, con la que actualmente se investigan las propiedades de las hojas para prevenir el alzheimer. Se titulan “Olives” las dos bolas de cerámica. La construcción de ladrillos es amarilla porque la arcilla está sin cocer, y la chimenea de tamaño medio se llama “Ni muro ni rincón”, por transformar hacia esa imagen el espacio de la esquina. Los peldaños de granito pulidos son “El objeto invisible”, las tiras de vidrio “La chasse”, el humo blanco “Landscape” y “Common heat” es el titulo de la obra donde se encuentra la estufa de cerámica. Con la segunda vuelta se descubre ironía, gracilidad por parte del artista a la hora de ensamblar conceptualmente el sentido de las obras; lo cual no evita la duda sobre si los títulos serán el lugar donde las esculturas se desgastan.
José Bergamín en “La decadencia del analfabetismo”, se refería al contacto lúdico que el niño mantiene con el medio y al orden no jerarquizado de su mirada, en contraposición al paulatino rigor impuesto por el orden alfabético. Esta última disposición de los elementos sobre el tablero de juego, que da forma a diccionarios y enciclopedias, aparece ante una situación caótica, extraña. Resulta bizarro procurarle, por principio, un orden a las obras, como si tuvieran que distribuirse en el espacio igual que una familia, un grupo de amigos o el índice de un catálogo. Para Bergamín el declive del analfabetismo suponía la quiebra de valores espirituales y lúdicos, como pudiera ser el segundo paseo entre las obras de arte de Leblon, tras informarnos de la vida discursiva que rodea cada objeto, y su razón de ser. Las piezas que crecieron dentro del museo son analfabetas; somos nosotros, tal vez, quienes creamos para ellas la necesidad de un orden; tratando de construirlo, a veces, las obras quedan solapadas, indefensas. El título es uno de los lugares de esta exposición: ante las obras, quizá los títulos sean extras: cabe pensar que la visita es un juego de esculturas e instalaciones hasta leer las esquelas donde se reciben los títulos. O al contrario, muy necesarios al formular el “paseo paralelo” con el que Leblon bautiza la muestra.
Algo de analfabeto tiene, en este sentido, el primer paseo. Por medio del título se nos invita a reflexionar, interrogarnos; en ese preciso momento, olvidamos lo visto para recorrer otro espacio: la distancia entre la obra y su nombre es el trabajo que Leblon ha elaborado. Parece evidente que los títulos fueron colgados cuando las obras ya estaban construidas y que el autor los utiliza para dislocar o engarzar unas con otras.
Existe la posibilidad de que la muestra no sea una reflexión sobre el paisaje, ni consista en hacerse nuevas preguntas acerca de los elementos que se encuentran en la naturaleza ¿Hasta qué punto, las teorías creadas en torno al trabajo de Guillaume Leblon pueden favorecer o perjudicar a las obras? Si no existiera separación alguna entre la escultura y su nombre, sería difícil construir un discurso alrededor del trabajo de Leblon; si las obras fueran manifestaciones sin título, no habría “paseo paralelo”, ¿qué decir de las obras de arte selladas?(ABC, El Cultural)