domingo, 11 de mayo de 2008

Bruce Nauman. Fuente de cien peces. On-off



Lluvia, tormenta, grifos abiertos, o qué es lo que suena y de dónde viene semejante barullo. Fuente de cien peces es el título de la obra instalada por Bruce Nauman (Indiana, 1941) en la Fundación Serralves de Oporto: noventa y siete peces de bronce pendientes de alambres, sujetos a una estructura metálica, sobrevolando una piscina negra. Distintas especies orientadas en varias direcciones, de las que brota agua a través de orificios violentos, como si les hubieran cosido a tiros. El agua sube hasta ellos por unas mangueras transparentes, una sinfonía de hilos invade el centro de la sala, de manera que sólo es posible rodear la piscina. De pronto los dispositivos dejan de bombear y los peces gotean; tranquilamente, se puede oír a la gente charlando: Silence. Las diferentes intensidades y el volumen de los chorros son intervalos programados: on del agua a borbotones, off de un fluido intermitente, como si fallasen los circuitos o la energía flaqueara.

Una calculada agresividad se encuentra en los trabajos donde Nauman utiliza el lenguaje como medio de provocación, de manera literal, como un bloque compacto en el que no se encuentra un posible acceso. Antes de entrar en la sala, un video repite continuamente el aforismo: “O verdadeiro artista é uma espectacular fonte luminosa” (The True Artist Is an Amazing Luminous Fountain). La frase se dibuja y oye, dirigiéndonos a la habitación desde la que el sonido brota. El artista como transmisor de símbolos y supuesto comunicador, vuelve en estas dos piezas a figurar como sospechoso; resulta irónico que el acto de comunicación se revele en la franja donde el receptor recibe una información clausurada.

Tanto la frase elegida, como el on-off de la potencia del agua, se sitúan en el perfil impermeable del lenguaje: obras incomunicantes, escalofríos con vestido de escultura. Un provocativo silencio contagia el recinto; cuando los espectadores rodean la pieza observando los animales de bronce fundido, y el volumen de los chorros que emanan los peces disminuye, el público retrocede ante el rumor de una sorpresa. Acción y pausa intercambian sus significados, la obra funciona apagada y es en el silencio, en el recinto cerrado, donde se puede oír sin interferencias el sonido. Es en la alteración de los ritmos por las bombas de agua y en la ubicación de la Fuente en un espacio cerrado, donde la instalación baila, el espacio donde el sonido y el sentido brotan.

El circuito se encuentra cerrado por una resonancia y la fuente de la que proviene, la imagen y la montaña sonora se corresponden. Nauman propone una visualización redonda en la que el ruido es el principio, el fin, y más: lo que el espectador pueda o quiera oír. Respuesta plástica que da lugar al sonido, lo cual no quiere decir que la materialidad de la fuente sea innecesaria, sino asombrosamente cerrada: delante de la instalación, el ruido podría ser descifrable pero pasa desapercibido: gracias a localizarse en una sala y no en un espacio abierto, pudieran ser aplausos.

El sonido de las fuentes lleva siglos acompasando las plazas de las ciudades y a sus habitantes; los paseantes admiran las esculturas que dejan deslizarse al agua, como pequeñas cascadas urbanas que apaciguan el tránsito. Fontana de Trevi, fuente del Tritón de Bernini; Bruce Nauman ha reunido elípticamente a los dioses en su pedestal acuático, están allí, pero no representados por cuerpos exuberantes, sino como un banco de móviles detenidos en al aire, cuya presencia sonora es más fuerte que el volumen físico. Fuente de cien peces fue elaborada bajo las premisas y materiales de una fuente clásica, -en la imagen estricta de la palabra-; el hierro, el bronce y el agua en sus varias intensidades, murmullo o fuerte estruendo. Una diferencia reseñable con respecto a la Fuente de Neptuno en Florencia, por poner un ejemplo, es que al situar Nauman la suya en un espacio protegido -el museo-, el sonido abarca primero el espacio, antes que el monumento. La obra de Nauman se parece a la obra de Nauman; como si se dedicara a cumplir caprichos insustituibles que nadie detecta. Sin Neptuno o Tritones representados, el artista ha construido una fuente para un espacio interior. Nos encontramos en una plaza cubierta: la sala del museo nos permite oír aisladamente el agua, pero aquí no se pueden tirar las cáscaras de pipas al suelo.

En el primer contacto con el museo, cuando se entreoye la jauría de ruido, el sonido indica el camino para encontrar la obra. Mas tarde la potencia de la imagen, una vez descubierta, insonoriza el ruido del agua, de modo que la vista opaca o desplaza la Fuente a un segundo plano; cuando la visión se acostumbra al rumor ocurre lo contrario, es el sonido quien sostiene el espectador. En el tiempo programado de los controladores de intensidad del agua, surge una ligera desconfianza hacia la obra. Un callado y provocativo golpecito proviene del on-off, el público lo siente en sus carnes. (ABC, El Cultural)

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