jueves, 25 de agosto de 2011

Tierra de houyhnhmm

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                                                   Cabaña de Derek Jarman

Gramática del desequilibrio

Sin salir de su cuadra, donde se extiende el mundo, el habitante siega el campo. El tamaño de la escritura, no es otro el tema. La proporción del hombre, en el caso de San Francisco, era la de su cuerpo divino, la bóveda celeste. En el caso de un escritor, músico, o cualquiera que sea la profesión del creador, su cuerpo es proporcional a un camarote de mínimas dimensiones. La dichosa célula rectilínea de Le Corbusier: “Si miramos la tumultuosa e intrincada tierra desde el cielo, comprobamos que el esfuerzo del hombre es idéntico a través de los siglos y en todos los puntos. Sus templos, sus ciudades, sus casas, son células idénticas y de dimensiones a escala humana. Podríamos decir que el animal humano es como la abeja, un constructor de células geométricas”. Abejas humanas cercadas por una zona de incertidumbre que rodea la cabaña, sobre la que el habitante o conductor, no tiene el control. El centro está condicionado por la zona que le rodea, sometido al cinturón que le permite existir. La cabaña es un sistema de medidas, una regla con la que representar o abarcar el mundo a través de la escritura.
El lenguaje de la cabaña viene definido por tres grandes piedras: voz, distancia y secreto. El microclima que dentro de la célula se tensa, viene dado por la relación que el habitante establece con estas tres premisas. El hablar en voz alta, el desdoblamiento del sujeto, y la incertidumbre que acecha la estancia continuada en este tipo de viviendas. Las imágenes representadas son las siguientes: La del cascabel atado, la del espacio rebosante -una cabaña para estar fuera de los metros cuadrados que ocupa-, y el ensayo permanente de una identidad que observa con las manos y toca con los ojos.
1) San Juan de la Cruz, su celda en Pastrana; el Cabanon de Le Corbusier, Lezama en su habitación de Trocadero 162. El cuarto de Lezama no era una cabaña, precisamente, pero ya estaba en una isla; como Víctor Hugo en la de Guernesey, desde donde escribe: “Nada mueve tanto ruido como un cascabel atado”. Hablamos de un cascabel atado a una célula geométrica, un espacio que el sujeto necesita rebasar, copar, llenar hasta el borde.

2) El tamaño de la guarida, de la escritura, de la frente o las manos. El mundo da vueltas alrededor de la celda, espacio donde ningún elemento sobra; cama, mesa y silla. Luz y agua. Y una puerta. En el mar o en la montaña, en una isla, en un hospital. Lugares de refugio más o menos acogedores. “Una reja es una cárcel, con el carcelero dentro y el preso en la calle”, dice la copla. Habitar una caja de madera consiste en un ejercicio de abstracción enorme; si el habitante cierra los ojos puede trasladarse a cualquier lugar, atraerlo hacia sí. Celda y mundo exterior. Cuando alguien se dirige a una cabaña es con la intención de estar fuera de ella.

3) La cabaña, el mundo sin más, la noche despejada, el reflejo en los cristales. Habitante, arquitecto y director de orquesta; el resto son intérpretes que adornan lo que solo la escritura abarca: la medida exacta de la mano humana. Desde allí se coreografían las imágenes. La cabaña es un ensayo permanente de un ser divino, de un ser con dedos en los ojos y dientes en las manos.

La voz, hombres que no hablan o lo hacen en voz alta con caballos o pájaros, la distancia del cuerpo para poder vernos desde fuera, el irse a la cabaña para poder vivir en el mundo. Y el secreto del hombre escondido o callado en el habitante.

Dos amigos hablan por la calle y entran en un local cualquiera. Siguen hablando, anochece y al salir del ruidoso bar, el frío y la oscuridad deterioran el acalorado discurso. El espacio determina las palabras, el sentido del ridículo aparece al cerrar la puerta y una vez en la calle, ambos intentan retomar la energía derrochada en aquel bar. Primer punto: los psiquiátricos están repletos de personas fieles a su mensaje a través del espacio y del tiempo. El sentido de su verdad o de su ficción es invariable. El que dice y continúa diciendo como encerrado en un círculo, alrededor del mismo tema sin salirse de la línea, sin amoldarse al ruido, al espacio, a la temperatura y a la luz, está arruinado, no es de esta tierra. En la Primera Parte de “La Leyenda Mayor” encontramos:

Capítulo XII Eficacia de su predicación y don de curaciones. El varón de Dios se dirigió a las golondrinas - de modo que le oyeran también todos los presentes - y les dijo: "Mis hermanas golondrinas, ahora me toca a mí hablar; vosotras habéis hablado ya bastante. Escuchad la palabra de Dios, guardando silencio hasta que termine la predicación". Al punto, las golondrinas, como si tuvieran entendimiento, enmudecieron y no se movieron de sus puestos todo el tiempo que duró el sermón”

San Francisco a los pájaros: - Vosotras ya habéis hablado bastante. Ahora me toca a mi hablar. Decir algo. Predicar. El varón por los caminos canta el mensaje, a través de cualquier espacio, clima y apetito.

Hay historias desordenadas, como la de san Francisco, o la del navegante que se hace farero. No es distinta la elección del santo, que la del hombre de mar que se enclaustra en un catalejo de ladrillo, en una estructura circular mínima desde donde iluminar el resto de la tierra y el agua. Aún sin barcos a la vista, su deber es alumbrar en la oscuridad a los posibles navegantes y orientarles hacia la costa sin que el bote o los tripulantes se vean afectados por la orografía y los excesos de temperamento en el mar. San Francisco no necesitaba oídos humanos, hablaba por los caminos y la voz le salía por la frente. Iluminaba, a su manera, para que los hombres no cayeran en la oscuridad, como el farero; ambos se apartaron de los compañeros humanos, animales de raza vergonzosa. “Por las calles cantaba un hombre solo, de esos que pintan en su frente la cifra de su Dios” (Saint-John Perse)

Cuantiosas deben ser las razones por las cuales alguien se desplaza lejos de los animales de su misma especie. Emotivas (rencor, venganza, hartazgo, sentimiento no culminado, desidia). Anímicas (cinismo, escasez de bienes materiales, austeridad, frío, silencio vocal, desesperación). Lo que parece justo y cierto es la huida de algo y la carrera hacia otro algo distinto. El aislamiento entendido como método purgatorio, parece referirse al rito de desinfectar la mano malcriada que ejerce el penoso hábito de la escritura feliz. Sea musical, poética, filosófica, una alta proporción de los voluntarios que se apartan de la civilización, lo hacen por una necesidad de paz o sosiego; y una gran parte de aquellos, lo hacen para crear, y todavía un mayor porcentaje de reclusos nos indica que son escritores, poetas, filósofos. Las palabras, el lenguaje. Gombrowicz lo expresaba en una conferencia en Argentina: “Me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera de su propio idioma y de todo ornamento y filigranas verbales, para comprobar qué quedará de ellos entonces”. Afuera, al extranjero se encamina san Francisco, el navegante farero, el escritor. Solo es necesario dejar atrás una tierra, una casa, un hogar, un punto conocido en el globo terrestre. Incluso un lenguaje queda atrás. En cualquiera de sus facetas -mental, material-, la estabilidad es un territorio que los habitantes de las cabañas rehúsan. Todos estos sujetos emigrados a voluntad propia se fugan de su casa primera; san Francisco abandona su posición económica y todos los bienes del padre que derrochaba por Assisi. Camina y habla por el día, y duerme al abrigo de la oscuridad, sin domicilio al que regresar. El farero no vuelve al mar, Lemuel Gulliver deja a su familia en tierra firme. Se escapan a tierra desconocida desde el momento en que perciben –de golpe-, que lo único que poseen es el uso de las imágenes propias, que les distinguen y separan del resto de los hombres. Tratan de salir a flote entre ellas, llevan material suficiente para el viaje.

La cabaña de Wittgenstein parece situada en una colina del pintor japonés Shitao; la de Johan August Strindberg no tenía cimientos, sino piedras utilizadas como servilletas dobladas para calzar una mesa y que no se tambalease. Strindberg escribe en su escondite Los hombres de Hemsö, Alegato de un loco, y Los habitantes del archipiélago. Qué mejor lugar para hablar del hombre que en la distancia. Otro escritor francés que trabajaba -no en el retiro pero sí encerrado-, Marcel Proust, habla de una distancia refleja: “De suerte que yo me percibía súbitamente a mí mismo desde fuera, como quien lee su propio nombre en un periódico o se ve en un espejo”. La cabaña, el aislamiento, es una tendencia. Islas, archipiélagos, faros, cárceles y celdas, prisiones, retretes, cabañas, refugios, casas de reposo de la civilización. Lugares que protegen de algún tipo de hartazgo vital.  Infierno de Strindberg, La perla, Steinbeck. La escritura es una actividad que se muscula en la distancia, y la primera separación es de cara a nuestros semejantes.

La segunda consiste en percibirnos desde fuera de nuestro cuerpo. Como si alguien llama a la puerta de una cabaña y el habitante que abre la puerta, sorprendido de la visita, se encuentra con su doble, le ofrece pasar dentro y el doble le dice: -No, por favor, entre usted. Esa separación corporal está relacionada, en tercer lugar, con el deseo de conocer todo lo que no se encuentra en la célula, a mano: los lugares y los escenarios, la gente, las relaciones que tan bien se relatan desde lejos. Habitar ahí, en ella, durante un tiempo excesivo –todo tiempo lo es cuando se está encerrado- tiene su doble vuelta de tuerca. Lejos de los humanos, del propio cuerpo y habitando el espacio que le rodea, pero no el espacio que el cuerpo ocupa, el hombre desciende directamente a la esfera zoológica. Como los monos, las golondrinas, los lobos, los caballos o cualquier animal de la montaña o del mar. Busca deshacerse del cuerpo y del espacio que ocupa, habitarse desde la montaña de enfrente.

No sabemos lo que busca el monje, el preso o el farero a voluntad propia, ni siquiera si buscan algo. Tres cerditos protagonizan una fábula infantil que leída a la inversa, suspende del frío. La historia al revés, narraría el camino del escritor que avanza de la cabaña de ladrillos a la de paja. Moraleja: solo con trabajo y esfuerzo se consiguen las cosas. El sentido común que lleva al tercero en discordia a construir la cabaña más apropiada, segura y fuerte, es la lógica que deshace el huraño, antes de ubicarse en su telescopio “celular”; antes de acomodarse en un catalejo que le ayude a aproximar los objetos a su cuerpo.

Desde el refugio te encuentras lejos de ellos. Dentro de este instrumento óptico y monocular, el hombre se acerca a los objetos lejanos, uno de los más buscados, el hombre. Esa es la diferencia entre una casa -propiedad común y receptiva- y una cabaña -individual y aislante-. Si observamos desde el mar, el refugio de Dylan Thomas imita un mirador con la puerta al nivel de la carretera; el resto del habitáculo permanece suspendido en el aire, apoyado en finos mástiles. La caseta de August Strindberg tiene las dimensiones de un retrete. La de Heidegger o T. E. Lawrence, parecen búnkeres desde los cuales vigilar al enemigo, como si la posibilidad de sentirse protegidos u observados fuese un miedo o una manía que superar en el aislamiento.

A la inversa que ocurre en el cuento infantil, el habitante encerrado no busca la seguridad, sino el estar rodeados y limitados, definidos por una zona de inquietud. Un lugar que Deleuze señaló como lo que nosotros llamaríamos la lengua de las cabañas, donde: “La sintaxis formal o superficial ya no regula los equilibrios de la lengua, sino una sintaxis en devenir, una creación de sintaxis que hace que nazca la lengua extranjera dentro de la lengua, una gramática del desequilibrio”. No podríamos expresarlo mejor, el lenguaje se busca las cosquillas dentro de un mundo milimetrado.

Si reescribimos la fábula y contamos con tres escritores, August Strindberg, Wittgenstein y Steinbech, por ejemplo, la asignación de puestos sería la siguiente. John Steinbech construiría una casa de ladrillo, Ludwig Wittgenstein una de madera y la de August Strindberg no tendría cimientos. Strindberg sería el ganador de esta fábula, por elaborar la cabaña más insegura, sencilla de fabricar y peligrosa para el habitante. Leemos la secuencia narrativa a la inversa: cuanto más inestable, frágil y peligrosa sea la morada, más probabilidades existirán de que en su interior habite alguien enfrascado en una obra. La inercia no es defenderse del lobo, a lo sumo, charlar un rato con el animal.

La cabaña es la obra y no el recinto de cuatro paredes. La zona de incertidumbre abriga al habitante de la célula como una manta. Strindberg se aloja en su libro; nace, crece y se reproduce en el papel donde se transcribe la agitada vida detrás de la frente. Cuando son pequeños, los niños juegan a construir cabañas que no duran ni una tarde. Los creadores se caracterizan, entre otras cosas, por hacer del trabajo su morada. El albañil construye su vivienda con las manos, el escritor también. El albañil distribuye los pesos, como el escritor.

La valía del cuento de los tres escritores es el cambio de prioridades. El cerdito aspira alcanzar la zona de seguridad y el escritor la zona de incertidumbre. El cerdito quiere protegerse del lobo feroz, el escritor es el lobo feroz.

 Nada sobra en una cabaña, no tiene terraza, trastero, comedor, recibidor. Los elementos que se repiten en todas las cabañas del mundo son el tejado, la puerta y la ventana. A partir del espacio necesario, definimos la vivienda por ese jardín borroso que la señala como centro y eje de la historia, y por los metros cuadrados escondidos en la obra. Para pisarlos, hay que leer.

Una cabaña se quiere para sobrevivir, no es distinto el uso que le da un cabrero al uso que Heidegger hace de su meticulosas cuatro esquinas. El cabrero cuida animales y en la cabaña se resguarda del frío, la noche y la montaña. Cualquiera que sea el habitante y el tipo de pastos que cultive, restablece el esquema apuntado. Cuida las fieras, se resguarda del frío y la noche. El frío es de primer orden en estos espacios. La humedad cala hasta los huesos en las casetas cerca del mar. En la montaña por la noche el termómetro marca en negativo. Sean de mar o de interior, las celdas se calientan pronto, son puntos de calor salteados a lo largo del paisaje. Ventilan enseguida. El clima les afecta rápidamente y se dejan influir con la misma rapidez; son lugares de intercambio porosos. El hombre que las habita se defiende del clima exterior, nada más, por eso abandona la cueva el homo y las fabrica, para poder desplazarse al tiempo que dormir cobijado. Son utilizadas, más allá de cabreros y cartujos, para alejarse de la vertiente moral del oficio. En medio de la naturaleza (porque cuando se sitúa una cabaña, de repente el paisaje tiene un centro y podemos decir que la cabaña está realmente en el medio de la naturaleza) arriban filósofos, escritores, músicos, pintores, etc. La moral representa entonces, aquello que se deja en la casa, en la ciudad o el pueblo; con los amigos, las calles y las conversaciones que abandona el personaje. La inclinación natural del abandonado, es la conciencia de estar perdiendo el tiempo al lado de una pareja, de unos amigos, de todos aquellos seres con los que la comunicación verbal arruina el sentido de la comunicación escrita. Hablar es sucio, en cambio escribir es limpio, decía Deleuze. La escritura es la zona de incertidumbre anhelada por quien quiera que sea el que emigre a esas cuatro paredes, cuatro esquinas, donde nadie le saluda por la mañana. Calor, frío, lluvia, hielo, nieve, bochorno, niebla, los fenómenos atmosféricos son el único agente de intercambio cuando se vive encerrado. Se acabaron las fiestas, aparece el huraño, el cínico, el abúlico, el creador de su personaje a merced de una escritura que se pretende decisiva. - Quién teme al lobo feroz, al lobo, al lobo feroz.

El lobo feroz se encierra en una cabaña con el objeto de no ser contagiado por los cerditos, es un hipocondríaco, un neurótico de la limpieza. El hombre es una de esas cosas que el agua rechaza a tierra.

Tierra marginada. Monos y caballos

Tal vez puedan imaginarse una habitación en una sierra, en la que no se oiga la banda sonora propia de la montaña, sino una costa con sus acantilados y sus aves. Intercambien por un momento el sonido y la imagen, piensen que el ruido de la montaña es el del mar y que desde la caseta de playa se oyen solamente los árboles, los animales del bosque, las cigarras. Schopenhauer admiraba a los murciélagos por poseer un atributo como el de tener solapas en las orejas; si pudiésemos separar los sonidos de su fuente, estaríamos en el mismo lugar que un escritor en su cabaña. Aislados. Con los días, empezaríamos a escuchar y escribir lo que no existe alrededor. Es la posición del marginado. El que habita las márgenes, el que ronda, el que vaga como el extravagante, alrededor de una piedra trazada con el índice y el corazón en el aire.

Una retirada de uno mismo hacia uno mismo, un cambio de dirección de la firmeza gramática hacia su desequilibrio: de la escritura hacia la medida exacta de sus palabras. Ahí va el propietario de la cabaña. En la ciudad o en el pueblo donde convive con sus seres queridos, deja el atrezzo de sus apellidos con el resto de pertenencias que no le definen. “La libertad del esclavo que sueña con la libertad” (Edmond Jabès) se transformará a partir de entonces en la libertad del hombre encarcelado a su obra, a su célula geométrica visible desde el cielo.

“Siempre preferí las situaciones al margen, por esa posición de apartamiento que les debemos y que nos permite juzgar, imaginar, amar, vivir en el instante y fuera del instante, libres pero con esa libertad del esclavo que sueña con ella.
Al margen, nos volvemos intocables, hasta el punto de haberse llegado a creer que esa posición era una posición de repliegue, una retirada a uno mismo, una fuga.
El presente está solo, desbrozado. Estar al margen es haber llegado al lugar del presente. El lugar del ante y del postlugar.
La revelación es siempre una partida. Vamos, de duda en duda, alejándonos gradualmente de la realidad –que es, precisamente, el pasado- con objeto de revivirla”

Libertad es la del habitante para elegir la banda sonora de su refugio -que insistimos en ello-, no es la cabaña sino la pieza, la obra, el trabajo al que se somete. La banda sonora es el pasado del que habla Jabès, la reconstrucción marginal de la realidad, la fuga o la posibilidad de crear una situación al margen para después diseñar, fijar a cualquier soporte físico, la partida, la despedida; lasciate ogni speranza. La revelación es siempre una partida, irreversible. Una inercia, una plácida deriva hacia el poder que la distancia le concede al hombre separado; al hombre individual –individuo, no dividido-, de única voz y única mirada. El lugar apartado, la situación al margen, le brinda la posibilidad de pertenecer al mundo, de pisarlo entero o modelarlo a placer. De pensarlo: “Vamos, de duda en duda, alejándonos gradualmente de la realidad –el pasado- con objeto de revivirla”

Cuando Lemuel Gulliver abandona la tierra en la que ha convivido con los yahoos y los houyhnhnm (monos los primeros y caballos los segundos), cae en una depresión o estado de apatía. No acepta a su mujer e hijos a su llegada a Inglaterra, pues su verdadera familia son los houyhnhnm, caballos racionales que hablan una lengua desconocida, hermosa, y caminan de manera elegante, serena y ordenada. Son sus costumbres nobles, limpias y refinadas como ningún ser humano en la tierra podrá alcanzar. A su llegada al país de los houyhnhnm, a Gulliver le preparan una estancia de madera para él solo, apartada de los yahoos, (monos que se parecen a Gulliver, pero no saben hablar ni escribir). Por las noches descansa, piensa en lo limpia y honrada que es la manera de vivir de los houyhnhnm. Llega agotado y se desviste para dormir, pues a diario esconde su parecido físico con los yahoos, animales sucios, ruines y falsos a ojos de los houyhnhnm, a quien Gulliver admira hasta odiar a los humanos por no parecerse a ellos.

Muchas son las aventuras que cuenta Gulliver; salió y entró en realidades disparatadas que asumía con un sentido de supervivencia tan básico que apenas tenía tiempo de asustarse. Pero de todas, la insuperable fue la de conocer una estructura social cubierta de orden, belleza y calma. Fuera del mundo de los houyhnhnm, el resto era detestable; los humanos olían mal, comían cosas horribles. Lemuel fue expulsado, con pena por parte de su amo -un houyhnhnm-, de la tierra de los admirables caballos. En la nave que le llevaba hacia Portugal, la situación le resultaba insostenible: “Corri a un lado del navío con la intención de arrojarme al agua, más dispuesto a luchar contra las olas que a seguir entre yahoos. Fue su última travesía, no quiso volver a viajar. Abandonar aquel mínimo establo en el que admiraba perplejo, día tras día, la sociedad de los houyhnhnm, supuso la despedida de Lemuel Gulliver de su original condición humana. Vivió a partir de entonces como san Francisco, hablando en voz alta una lengua extraña. No quería pertenecer a su raza original. Arregló un establo en su jardín inglés, rehuyendo así del contacto con su familia de yahoos. Todo su discurso y su atención estaban dirigidos hacia los dos caballos. Escapar lejos, aislarse, huir a otro espacio.

Si pudiésemos establecer una arqueología de las cabañas, su estructura estaría directamente vinculada con la de la voz alta. Hablar es la actividad primera del escritor; hablar en silencio o pensar en voz alta, es lo mismo. El que escribe lee para sí, piensa en voz alta. El que habla en voz alta –en silencio-, escucha. La arqueología de las cabañas tendría que ver con la práctica del lenguaje que se hace dentro de ellas, o gracias a ellas. Retomamos los personajes que aparecen en este relato. El marinero que tuvo la feliz idea de abandonar el mar por el faro. El hombre que cantaba solo por la calle. El que hablaba la lengua de los caballos. El que calló a las golondrinas.

Cuatro hombres con un sentido radical del lenguaje como estructura en desequilibrio. Quizá san Francisco también se avergonzaba de pertenecer a su raza, como Lemuel Gulliver, y la historia del escritor en la cabaña resulte una solución cobarde al sentimiento de vergüenza ajena. Ambos conocen una voz guiadora, rechazan a sus semejantes como portadores de humanidad. San Francisco no utilizaba los oídos humanos, Lemuel los despreciaba.

Los monos viven en los árboles, los árboles son de madera, material del que están hechas las cuadras y los establos donde viven los houyhnhnm, que en su idioma significa “de naturaleza perfecta”. Para Gulliver, la civilización de los monos se construye a partir de vicios, al revés que los caballos, cuya sociedad se eleva sobre los pilares de las virtudes de su comunidad. Los yahoos con sus vicios corrompen lo que los houyhnhnm valoran. Los caballos de gramática milagrosa, viven en establos, como los habitantes de la célula. Con una llama se destruyen las cabañas y los libros; la madera del barco, del árbol, de la cabaña, las hojas de este volumen.

Cada creador representa una habitación soltera, y esta a su vez señala la incertidumbre como superficie donde arraigar. Caverna de luz artificial, podremos llamarla así entonces. En la siguiente secuencia de la Isla del Tesoro, veamos donde se encuentra la guarida:

“Resulta que, al anochecer, después de haber terminado mis obligaciones, cuando me dirigía a mi catre, se me antojó una manzana. Subí a cubierta; el vigía estaba en la proa, oteando el horizonte en busca de la isla. El timonel estaba atento a las velas y silbaba tranquilamente por lo bajo. Aquello era lo único que se oía, excepto el romper de las olas contra la proa y los costados de la nave.
Me metí de un salto en el tonel y descubrí que apenas quedaban manzanas. Pero, sentado en el fondo, entre la oscuridad, el rumor del agua y el movimiento del barco, debí de quedarme dormido o estaba a punto de hacerlo cuando un hombre corpulento se sentó junto al tonel. Éste se tambaleó como si se hubiese recostado en él y yo me disponía a salir de un brinco, cuando el hombre empezó a hablar. Era la voz de Silver, y fue oírle una docena de palabras y no atreverme a salir ni por todo el oro del mundo; así que allí me quedé, temblando y escuchando, muerto de miedo y de curiosidad; pues por aquella docena de palabras comprendí que las vidas de todos los hombres decentes que había a bordo estaban en mis manos”

La cabaña, en esta ocasión, se encuentra en el futuro de la tripulación, y es el miedo del protagonista de la historia, encerrado en el tonel. La zona de inseguridad rodea al tonel: el barco, los habitantes, el mar, la tierra. Desde un escondite resulta sencillo obtener información privilegiada. Lo complicado parece soportar la tensión de recibir los datos en silencio, a oscuras, sin que nadie sepa que hay alguien más en la habitación. Los secretos se caracterizan por crear tensión en quien los escucha. Jim está en un tonel. De ahí en adelante, la novela podría ser narrada desde ese lugar; nadie encontraría a Jim, lo darían por muerto hasta que alguien fuese a por una manzana. Lo descubrirían, ¿existe una guarida perfecta? ¿Un apartado?

 ¿Un lugar en el que nadie pueda encontrar al escondido? Un establo, un confesionario, una cabaña, un tonel de manzanas. El término secreto, del latín secrètus, se refería al estar separado, aislado, remoto. Es precisamente el estado de aislamiento al que se somete un huraño, un creador, un rechazado, un farero. La cabaña es una cueva exenta. Libre de la matriz. La cueva tallada en la roca, la ciudad de Petra en Jordania, el Albaicin, la caverna. El apartado, el excusado, se despide de su origen. Una cabaña es una caverna independiente. No pertenece a ninguna pared y tampoco tiene peana, se sostiene sola. Recordemos lo especial de los cimientos en las cabañas que ilustran este volumen, una pende casi en el vacío, otras están apoyadas en la tierra sin asegurar. Hay cabañas que tienen vistas y otras ciegas. Cabañas ahogadas por la maleza y otras que protagonizan las puestas de sol.

En el interior, la vista del hombre desde su silla, se dirige o bien hacia fuera del cristal o bien hacia dentro, es lo mismo; pues ver no es tan importante como reflejar lo no visto en un soporte. Transcribir, es uno de los motivos por los que alguien se va a un lugar remoto, perdido de la mano de Dios, aislado. Transcribir consiste, para el habitante del mínimo espacio del que venimos hablando hace un tiempo, en transportar un informe a un soporte tangible. Informe: susceptible de ser formado. De la frente al papel, un creador es un traductor y un intérprete, agarra las palabras por el cuello y las asegura, por las buenas o por las malas, al papel o a la pantalla del ordenador.

Hemos frenado esta concatenación de espacios al vacío en los dos párrafos anteriores, en la etimología de secreto, pues la raíz de las palabras parece su virus principal. Su sentido se extiende haciéndonos abrir los ojos más y más a medida que descubrimos el contagio entre las palabras. No siempre la etimología aclara cuestiones entre términos, por ejemplo, derramar, vendría a significar “separar las ramas de un árbol”, y nosotros decimos que el vino se derrama en la mesa. Ya ven ustedes que no siempre las raíces despejan incógnitas. (Cabañas para pensar, Abada, 2011)


Pero en este hablar de cabañas y secretos, la etimología colabora, alarga el discurso. Criba, crimen, discriminar o separar, cerner o cribar y también discernir y excretar, secreto, crisis y escribir, comparten la misma raíz indoeuropea, (skribh-. cortar, separar, discernir). Criba, crimen, cerner, excretar, secreto, crisis, escribir. Crimen, escribir, crisis. El habitante de la cabaña se sienta a escribir, a excretar, es un criminal o algo se trae entre manos, planea un crimen, crisis, a su vez comparte con crítica, luego tal vez una etapa de excesiva crítica, deriva en una crisis, que no es otra cosa que una situación de criba, de confusión y cambio, tal vez, de criterio. Era Bergamín quien decía algo así como “buscar las raíces es otra forma de andarse por las ramas”. Tectus homo. Mudo secretario. De un arquitecto. Una definición de escritor podría ser la de secretario que se aleja de las personas porque está cansado de guardar secretos. Y así podríamos pasar las páginas escribiendo cómodamente, dándole vueltas al ser en la cabaña, al hombre secreto que sólo se desnuda en ella para que nadie perciba sus semejanzas físicas con los yahoo. “Ese habitante primordial que es el arquitecto encerrado en la piedra”, escribía Blanchot. La piedra puede ser la cabeza, o una cabaña si prestamos atención. La morada la llevamos a cuestas, como calcificación externa de un órgano vital: la frente. El escritor traza los planos. (Cabañas para pensar, Abada, 2011)

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