domingo, 3 de julio de 2011

Un mundo de trabajo (Cabañas para pensar)


En una cabaña, ese lugar donde todas las lenguas son extranjeras y el habitante primordial aprende a balbucear un alfabeto nuevo, asoma la estructura por venir de una obra cazada en la montaña, cerca del mar o en un lago. “La naturaleza es la diferencia entre el alma y dios”, entendía Fernando Pessoa. Así lo escribe en el Livro do desassossego un hombre que comprendía el envite lanzado por su profesión, y jugó sus años describiendo los paisajes que nunca cruzó, atrapado en sus propios nombres y el minúsculo estudio de Lisboa.
Austera, fría, inhóspita e indeseable guarida la de August Strindberg, sin cimientos, sobre un peñasco imposible. Edvard Grieg, Dylan Thomas, Virginia Woolf, etc., pasaron largos períodos de tiempo encerrados en su caseta, con la compañía de una lámpara, una cama y una silla, apenas. Las maquetas, planos y herbarios que acompañan cada fotografía expuesta en la Fundación Seoane, señalan once constructores de su propia cabaña, pues las paredes de cada habitáculo se corresponden con las tapas de los volúmenes posteriormente publicados. En una pared se encuentra trazado el mapa de hombres-refugio dispersos por los montes de Europa, como si fueran especies en extinción. Cada punto señala el emplazamiento original de obras que ahora rondan por nuestras manos; un hueco abierto lejos de los hombres que ahora habita en las ciudades en forma de libro.
Escritores, filósofos y compositores huían del entorno urbano para acercarse a una zona de trabajo dejando atrás las fatigosas características que interrumpen el ánimo en las ciudades. Bernard Shaw construyó una cabaña con base giratoria, para seguir la luz del sol. Gustav Mahler a la orilla de un lago, aquel refugio que Bruno Walter definió como “cabaña de compositor”. Knut Hamsun, apartado del mundo, desde su escritorio (según etimología indoeuropea, donde se guardan los secretos), formaliza Bendición de la tierra, donde habla de un hombre que construye su cabaña con las manos. Wittgenstein despreció sus bienes para autointernarse por largos períodos en un refugio desde 1914, buen año para la construcción y el retiro a la orilla de un lago en Skolden, Noruega. A la puerta de la morada de T. E. Lawrence, todavía leemos la expresión en griego: “Nada importa”
Un escrito de Heidegger aparece en el amplio y detallado catálogo de la exposición. Tras unas breves notas sobre el aspecto de su cabaña, escribe: “Este es mi mundo de trabajo (…) Sólo el trabajo abre el espacio para esta efectiva realidad de la montaña”. Meticulosidad, rumores de fondo, paisajes que dan vuelta a los ojos del habitante y le predisponen a la caza. El estudio parece funcionar en el imaginario del creador como un casco militar, que les cubre el rostro y les protege así de cualquier accidente externo a su trabajo. Trabajan escondidos en ese pliegue de madera nórdica, o entre ladrillos elaborados a tanta temperatura como la que pudo alcanzar el escritor desde el interior del papel.
Tras el visionado de las obras en exposición, resulta evidente la importancia de la organización del espacio creador, para predisponer la suerte hacia la única fiesta posible: la soledad. “¿A quién le gustan los festejos cuando está encerrado?”, escribía Séneca en el libro Sobre la Clemencia. Respondemos: a quienes pueden aislarse a cualquier hora, y brindar por su mundo de trabajo. Una fiesta sin invitados es una celebración del mundo. (ABC, El Cultural)

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