domingo, 19 de abril de 2009

A favor de las apariencias


Angela Strassheim
Sin título (Dead Grandmother, 2004)


Nada de lo que hemos visto se encuentra en su lugar; las ideas fuera de la forma, las obras de arte lejos de la presencia física de las piezas, las imágenes sobrevolando a las imágenes. El espacio se bifurca en dos exposiciones que beben de las piezas que el museo atesora: “La mancha humana”, lección abierta sobre arte conceptual organizada a través de piezas magistrales de Dan Graham, Joseph Kosuth, Buren, hasta Liam Gillick etc., y “Pequeña historia de la fotografía”, estructurada a partir de los criterios clásicos de retrato, paisaje o naturaleza muerta, con otros tantos grandes nombres e imágenes al frente, John Coplans, Douglas Gordon, Erwin Olaf, Ben Watts o Tacita Dean. Tanto el arte conceptual como la evolución del medio fotográfico contaban entre sus objetivos reestructurar la percepción, educar el sentido de vista. Semejante es el acierto de quienes han ido alimentando la colección del CGAC, que ahora muestra su potencial para generar lecturas y visiones contemporáneas, nuevos trayectos enlazados a partir de sus fondos. Cada obra un mundo, y los dos conjuntos hacen un total de sesenta piezas representativas de las obras de arte conceptual y de fotografía que posee el centro. Ambos comisarios filtran las obras en depósito y reaniman la colección actualizando sus principales líneas de fuga, y contamos dos apostillas a cada uno de sus discursos.
Ellen Blumenstein, comisaria de “La Mancha Humana”, escribe sobre la obra de arte conceptual como una “desvalorización de la apariencia en favor de la idea” cuando quizá sería más acertado señalar que el camino trazado por el arte conceptual hasta nuestros días, podría suponer una elegía a las apariencias, pues ya la experiencia está limitada a buscar oro detrás de lo que vemos. A favor de la idea quiere decir a favor de las apariencias; ya en griego el vocablo idea remite a “lo que se ve con los ojos”, y es en la década de los sesenta cuando los artistas conceptuales hacen coincidir en la misma línea de horizonte, la visión y su reverso. Las ideas son imágenes que derivan de una forma visible, la obra de arte se sitúa en la matriz de la imagen. Resulta posible entender el arte conceptual como una corriente propulsora de imágenes formuladas lejos del cuerpo de las obras. Lo que se ve con los ojos del cuerpo cuando nos situamos ante una obra de arte conceptual, son apariencias que no engañan, o la verdad de las ideas expuestas.
Los retratos que componen “Pequeña Historia de la fotografía” podrían catalogarse como naturalezas muertas, los bodegones y los paisajes como retratos, la definición de los géneros resulta forzada desde el momento en que, como el propio comisario señala, la fotografía pasa de ser un proceso técnico de la imagen, a “objeto teórico”. El entrecomillado es nuestro, provocado por la relación del adjetivo teórico utilizado en ese sentido; la teoría se plantea como un ámbito, una plataforma de estudio, reflexión o desarrollo conceptual a partir de referentes, signos y criptas. Distinta es la naturaleza del intelecto, el fotógrafo no teoriza por ir más allá del motivo fotografiado. Como cualquier mecanismo de creación, la fotografía destila inteligencia a través del decir por medio de imágenes, unas visibles y otras no, y cualquier obra de arte se enmarca en un campo semántico donde la inocencia no pasta.
La historia de la fotografía evolucionaba de cara a las ideas, el conceptual, al contrario, comenzaba en la idea y así le figuró un destino a las imágenes, el de vivir en un planeta donde las representaciones no descansan. Si el centro de la pieza no está en el cuerpo de la misma, es posible entender la obra de arte conceptual como un elogio a las apariencias; cualquier fotografía también, hemos aprendido a rastrear. La una como género y la otra como corriente artística fechada, ambas son el aspecto formal de lo que anuncian y lo que quieren decir no ha lugar en la tierra. Hay otro mundo al que acceder más allá de la presencia de las obras, germina en el núcleo de las apariencias, de las imágenes dislocadas. Si la distancia se calcula en kilómetros, el camino de la obra de arte a la idea se mide en minutos o décimas de segundo. (ABC, El Cultural)

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