Fuego, aire, agua y arena de
sílice. Incombustible, la artista vienesa Eva Lootz, residente en Madrid desde hace
casi cuarenta años, dibuja en el CGAC su perfil más completo. Una selección de
obras desde 1970 hasta hoy en día dan buena cuenta de la integridad conceptual,
la perseverancia y la búsqueda constante de nuevos lenguajes para su identidad
plástica.
La vista aérea de la trayectoria
de Eva Lootz empieza en los años setenta con las superficies bidimensionales
construidas a partir de materiales naturales, esparto, cera, algodón. Ya
entonces, la creadora se dejaba influenciar por corrientes artísticas como la
abstracción americana, la pintura de superficie, la manera de estar y no decir
nada más que lo que se presenta ante nuestros ojos. La más reciente de las
obras que se ubica al final de la exposición lleva por título “Wolframio”; en un largo pasillo aparecen escritas preguntas,
referentes al enigma no resuelto sobre la cantidad de este metal que viajó en
la segunda guerra mundial desde Galicia a Alemania con fines destructivos, o el
desconocido número de presos políticos que participaron en su extracción. Compartiendo
el muro, decenas de bolígrafos de propaganda bancaria se encuentran colgados y
listos para firmar, dibujando así el nombre del codiciado metal.
Eva Lootz se formó en Viena en distintas
materias, cine, filosofía, pintura y podemos decir que no ha parado de estudiar
y aprovechar las herramientas del tiempo como una esponja. En la planta baja
del museo atravesamos una pasarela ligeramente elevada que conduce a los
visitantes por una carretera que deja a ambos lados una escena de campos de
polvo blanco con barcas recubiertas de parafina sobresaliendo de la pared: la
instalación “A Farewell to Issac Newton” (1994). Un paisaje dentro de un paisaje, un prado de
marmolina reflectante dentro de una sala doblemente estática y anestesiada.
El camino que atravesamos nos
llevará a una espacio con esculturas de mármol creadas entre 2009 y 2013 -“Serie Guadalquivir”-, que provienen de la
digitalización del cauce del río durante un período determinado y la posterior
traducción de los datos a obras tridimensionales. El resultado emite
vibraciones sin necesidad de leer la cartela ni de conocer el laborioso proceso
que ha dado tal forma extraña al mármol.
Los cuatro elementos, fuego,
aire, tierra, agua, aparecen representados de diversas maneras a lo largo de la
trayectoria de Eva Lootz; desde las lenguas de tierra o los paños quemados,
hasta la utilización de hielo seco o la fuerza de la gravedad que deja caer la
arena de sílice por el suelo. Ese sonido, que requiere el silencio de la sala para
ser apreciado, bien define la actitud de la creadora: un silbido constante y anónimo.
Eva Lootz dice lo que va a hacer, lo hace y luego dice lo que hizo; la relación
discursiva entre las partes es circular y carece de grietas. De su primera
aversión hacia la narrativa pictórica y escultórica, a la transformación de un
archivo digital, su incisión y posterior pulido del mármol, toda una vida.(ABC Cultural)
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