Una cuerda con las hebras desenroscadas dibujando curvas en el
suelo. A mano derecha “Calendario de fiestas laborales”, trescientas
sesenta y seis hojas de calendario, todas ellas del 1 de Mayo de 2016, con sus
correspondientes citas que aluden a la idea sobre la que gira la muestra: “Lleva mucho trabajo conseguir no
trabajar”, “La libertad os transformará en trabajadores”, “Si solo se trabaja
por el sueldo, solo se vive por una tumba.” Siguiente sala: grandes brocas de
mármol, pizarras garabateadas con tiza y cuadros blancos pintados a
carboncillo; mangos de herramientas carbonizados, un vídeo de dos tornillos.
Una instalación multicolor de reglas deformadas y apoyadas sobre azulejos de
espejo y al final, una discoteca gris con cintas de obra, amarillas y negras, y
el sonido de una sala de turbinas. Agotador.
Siete salas y siete reflexiones visuales que se muerden la cola. Trabajo Absoluto es la última exposición
de Juan Luis Moraza (Vitoria, 1960), compuesta por obras anteriores y otras
recién nacidas. La exposición gira alrededor de
la idea de trabajo perpetuo; el ocio como una obligación no remunerada, la fiesta
como deber, la inocencia de quienes creen que existe el tiempo libre. Si al día
siguiente recordamos la exposición, notaremos las agujetas.
La visita se convierte en tiempo laboral no contemplado como
tal, hay que leer, pensar, mirar al techo y volver a observar de cerca y de
lejos, y pensar si merece la pena pensar y si entre los propósitos del artista
se encontraba el hacernos trabajar a nosotros, inocentes con tiempo libre que
visitamos su exposición en horario no laboral. Lo que recordamos son imágenes
aisladas, cada una con su título -acotando el territorio- e ideas como ramas de
las que crecen más ramas, que luego hacen sombra. Lo cierto es que el visionado
del conjunto de obras constituye una jornada de trabajo y estudio que nos pilla
desprevenidos.
Trabajo absoluto es obra de un cartógrafo; si algo
persiste en la trayectoria de Juan Luis Moraza desde sus comienzos ha sido el
mapa, la interpretación de las líneas y las curvas y su proyección
tridimensional. De un lado, las alfombras de objetos que parecen maquetas de un
proyecto mayor, y por otro lado, las grandes reproducciones simbólicas de
objetos pequeños. Entre ambos polos, un discurso sibilino, circular, difícil de
definir a grandes rasgos como lo hemos hecho recordando el paseo por la exposición;
a veces, con la impresión de que la obra plástica ilustra su cuaderno de notas
y reflexiones. Una piedra, ¿trabaja? Post-visita a la exposición, mi trabajo
personal ha sido acordarme, por fin, de un poema de Leonard Cohen: “Una persona que come carne quiere hincar sus dientes en
algo. Una persona que no come carne quiere hincar sus dientes en otra cosa. Si
por un momento te interesan estos pensamientos, estás perdido” (ABC Cultural)
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