En aquellas fotografías
como Jean Lafitte (USA, 2005), o en la serie tomada en Aranjuez en el año 2007,
la superficie abstracta de las imágenes nos lleva al impresionismo, y las
teorías del color desarrolladas en aquellos años. Nuestra percepción de los
objetos proviene de un conjunto de reflejos lumínicos, de una reflexión de
músculos invisibles en constante fricción que determinan la apariencia de las
cosas. Las fotografías de Axel Hütte -que arrastra una tradición romántica de
marcado carácter alemán y que en ocasiones recuerda a los paisajes de pintores
como Caspar David Friedrich-, tienen un protagonista, un objetivo: la
percepción pictórica de una realidad sensorial.
Al pasear la exposición “Paisaje escindido” de Axel Hütte, y
retomar su personalidad fotográfica dentro de los rasgos de identidad generales
de la Escuela de Düsseldorf, como un resorte se me aparecían aquellas marcas de
agua que se relacionan con la conocida Escuela de Boston. Axel Hütte y Philip
Lorca diCorcia nacieron a principios de los años cincuenta, el uno en Essen (Alemania)
y el otro en Connecticut, y podrían representar dos enfoques opuestos de la
fotografía desde los años setenta del siglo pasado hasta hoy en día. Las
características de uno son las no-características del otro; Lorca diCorcia:
escenografía, narratividad, personajes anónimos, etc.
En cambio, cada
imagen de Brasil, Portugal, España o Alemania fotografiada por Hütte, nos lleva
a la naturaleza, a los momentos perdidos e insignificantes de la historia del
mundo vegetal, a las imágenes abstractas que componen la superficie de la
tierra. La pasión del fotógrafo por encontrar fragmentos aislados no
reconocibles en nuestro imaginario es evidente; sean panorámicas o primeros
planos, las obras de Hütte adquieren plasticidad al transformarse en fragmentos
(del
latín frangere, romper). Cada
fragmento proviene de una percepción atenta sobre una realidad que Axel Hütte
quiere conquistar; las imágenes en el museo parecen recortes de sábanas
extendidas para una primera cita con el espectador. Para ello se distancia de
toda fotogenia, de cualquier indicio de reportaje documental o de la iniciativa
espontánea del viajero fascinado por la grandiosidad de lo desconocido. Como
escribía Calabrese: el fragmento se
transforma él mismo en sistema cuando renuncia a la suposición de su
pertenencia a un sistema. Cada imagen representa el ombligo de un mundo sin
fuera de plano.
En la
temporalidad estática de las imágenes de Axel Hütte, los troncos de los
árboles, las mantas de rocas o las láminas de nieve, parecen flotar como si las
superficies fotografiadas se mecieran en un aire denso. Incluso en la serie de
retratos en la que aparece una mujer difuminada –Alemania, 2004-, la retratada
es la sensación pictórica a través del paisaje de luz. La realidad seleccionada
por Hütte disloca el carácter verídico de las escenas, que nacen en un lugar
que sólo existe dentro de una cámara fotográfica.
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