Hace
setenta años la exposición de Amaya González Reyes (Sanxenxo, Pontevedra, 1979)
hubiera resultado de rabiosa actualidad. Tras un visionado global, las obras
parecen bocetos inocentes de planteamientos y debates que fueron expuestos y
rematados durante el s. XX. Con lo cual, tal vez estemos ante un caso de
anacronismo conceptual, de verdadera pérdida del sentido de la creación de
obras de arte. Observemos algunos de los títulos inflados con juegos de
palabras entre paréntesis; el de la muestra, Entrar en la obra. Perder(se) en ella, o el de la serie de
fotografías, Asalto (est)ético.
Amaya
González describe así su actual trabajo en el MARCO: “Una exposición cuyo
centro es la lucha entre el sentir y el pensar, el querer y el deber, indagando
en lo que creo que se quedó por el camino. Un lugar donde los caminos se cruzan
y se reformulan, y un enorme nudo donde se confunden las extensiones: el yo, el
deseo, la necesidad, el capricho, el valor, el azar, el tiempo, la presencia, la
apariencia, la satisfacción” El conjunto de obras, y el de intenciones, se
reúnen además bajo la idea y el sentimiento original de pérdida.
Mitosis es el nombre de una escultura
en la que se alude, según Amaya González, a la dualidad entre pensamiento y
emoción; todo ello a través de la elaboración personal de dos nudos de cuerdas
negras situado sobre una peana, con forma de cerebro o de corazón. La obra Jardín está compuesta por miles de
abalorios también cosidos por ella, que dibujan en el suelo un laberinto. Las
fotografías de la serie Asalto (est)ético
reflejan su rostro cubierto con medias de distinto calado. Una gran jaula con
una bombilla colgada en su parte interior, al parecer nos habla de ideas como
la utopía y el poder. Tender la red (trampa escultórica), es el título
de una gran malla metálica suspendida del techo a modo de carpa circense. El
video Vivencias de una urraca (un
ensayo sobre el exceso y el lujo), aparece proyectado frente a una silla
vacía, desde la cual podemos observar el diálogo visual de la protagonista con
un supuesto alter ego. Desde una cierta voluntad estética definida en la
exposición, hasta la serie de propósitos que se quieren alcanzar a través de
las obras, nos encontramos perdidos. Bravo, si éste era el propósito escondido.
En el
s. XX, desde Bourgeois, Meret Oppenheim a Joana Vasconcelos, encontramos
mujeres con un trabajo de rabiosa feminidad, como si existiera una saga del
cariño manufacturado. El trabajo de Amaya González Reyes parece el recuerdo de
una etapa ya alcanzada tiempo atrás. Hoy en día, el hecho de continuar vigente
el mismo quehacer, curiosamente tiñe la exposición de un aire conservador; no
por la explícita labor artesanal, sino por el diseño de la bisutería.
Algunos
de los rasgos que nos llevan a pensar en la posición retroactiva de la muestra
son: el uso de la paciencia en unas obras (labores), la actitud de la artista
disfrazada para la cámara en otras (fotos, video), la pretendida fuerza
escultórica del espacio vacío (jaula, laberinto), y por último la presencia de
un objeto poético: la carretilla cubierta de terciopelo negro que lleva por
título Sin título.
Las
siguientes palabras de la artista, propias del período de entreguerras, se
refieren a la actual exposición que reúne sus últimos trabajos del 2011: “Me
auto(rre)trato, con efecto fetiche, para un plan de ejecución que toma por
asalto el sistema artístico y, por tanto, al espectador”. Qué será el efecto
fetiche, dónde estará el plan de ejecución, el asalto al sistema artístico y el
asalto al espectador. Cuántas veces se confunde el significado de obra abierta
con el de obra vacía, o con el de “no-obra”.
Para
que las obsesiones de un artista entren a formar parte del entramado artístico,
han de mantener un vigoroso grado de interés para el arte, por un lado, y para
la historia del arte, por el otro; como pudiera ser la grasa y el fieltro de
Joseph Beuys, o el vestido de filetes de Jana Stebak.
Wittgenstein decía que la idea de un submundo, de algo inconsciente, escondido
y misterioso, poseía un encanto arrollador y que estamos dispuestos a creer un
montón de cosas porque son misteriosas. De acuerdo: pero la condición
indispensable es que sean misteriosas. (ABC, El Cultural)
No hay comentarios:
Publicar un comentario