domingo, 29 de junio de 2008
Soplar y sorber. Rubén Ramos balsa
13.5.08
Una instalación consiste en agrupar medios, soportes y objetos con la intención de manipular el espacio ocupado, reencaminando nuevos significados y emociones: Trabajo con el conocimiento sensible, el que entra por los sentidos. Sentir es la forma más alta de conocimiento. En el caso de Rubén Ramos Balsa, las instalaciones no demuestran –no hacen fuerza contra algo, no colisionan-, simplemente dejan caer las ideas, señalan el brillo de la coincidencia entre la representación y los mecanismos de figuración del tiempo, su sorpresa e inmovilidad. La ciencia obtiene confirmaciones de algo que ya está ahí. Es como si desplazara con el dedo unos milímetros las cuestiones que atañen a todas las personas y todo siguiera en el mismo lugar. Instalar, ¿quién instala a quien y dónde?
La ciencia sólo comparte la respuesta como el fin de un planteamiento causal. Rubén Ramos comparte la pregunta, convive con la duda, cada nuevo proyecto supone la superación de ciertos obstáculos; ahí es donde concentra su fuerza, en el combustible intuitivo y artístico. Su trabajo versa en torno al fenómeno de la contemplación como acto sensitivo, por medio de la intencionada simplicidad icónica de los elementos que alumbra, nuevos a la vez que antiguos. La bombilla en el techo, el vaso en una mesa, objetos no desubicados en los que introduce sistemas de proyección desde otro punto de vista: perfecta y limpia solidaridad entre técnica y pensamiento. Nam June Paik decía que la primera bombilla eléctrica fue la luna.
Su obra marca la posible eliminación del concepto de tiempo hipotético-deductivo, la atemporalidad en su trabajo nos devuelve a nuestro lugar. Esconde el truco, pero él nos habla del truco: Parece que llegas muy pronto o muy tarde al momento de la representación. El espectador no recibe sus piezas a primera vista, entre pasmado, cabizbajo y contento se lleva en la retina el roce de un conflicto.
- ¿Compartes algo en tus piezas? –le pregunto-
- Qué es el espacio
13.5.08
Bergson escribía en la Evolución creadora: “Toda acción humana tiene su punto de partida en una insatisfacción y, por ello mismo, en un sentimiento de ausencia. No actuaríamos si no nos propusiéramos un fin, y sólo buscamos una cosa porque sentimos su privación”. El sector de satisfacción del artista sufre una pequeña crisis; también el campo de la ingeniería. Desde hace décadas, vienen colaborando entre sí artistas de diferentes ámbitos, sonido, performance, pintura. Rubén Ramos Balsa se refresca con la inteligencia de su amigo el ingeniero industrial Oumar Haidara; tal vez este no sea el lugar donde debemos plantear el proyecto en el que llevan años peleando. Quien quiera saber, pregunte. Si pregunta, recuerde aquello que decía Bergson, a principios del siglo XX: “Lo que no es determinable no es representable”
En términos de energía –se pregunta Oumar-, ¿sabemos hacer algo más que explosiones? Rubén traslada al campo del arte las incógnitas por despejar que la ciencia desata. Las mismas preguntas que lanza la ciencia son las que emite el arte. Sus proyectos introducen el planteamiento científico, las dudas sobre la transformación de la energía o el comportamiento aleatorio del agua; deja reposar las obras en museos y espacios receptores del arte. La plataforma creativa es el campo de proyección ideal donde la ciencia puede manifestar sus incontestables. Hay algo que no sabemos y tenemos que compartir. Algo falla cuando volvemos a utilizar molinos de viento para crear electricidad. Persigue los secretos, la información que permanece oculta, porque aquello que no es analizable es discutible y no debe caer en manos de unos pocos. Lo que el físico no pueda abarcar, no quiere decir que no lo deba incluir, como inabarcable ¿Por qué las preguntas de los físicos no se comparten con la humanidad? Asumimos avances tecnológicos como resultados, no como formulaciones de un mismo estado de conocimiento de la realidad. En una performance realizada hace unos diez años en la facultad de Bellas Artes, Rubén permanecía durante unos minutos en un congelador. Al salir, el abrazo de los compañeros de clase le devolvía poco a poco el calor corporal necesario; tal vez sea posible decir que su trabajo ya alumbraba las mismas cuestiones sobre el contacto entre receptor y emisor, la necesaria presencia y participación del espectador. La transformación de la energía y su despliegue en el tiempo. ¿Cuál es el tramo de realidad que está tomando el arte? El tramo de representación donde la ciencia no consigue encajar los modelos, ¿Einstein o Newton?
A todas las personas les atañe la evolución del ser humano y su relación con el medio, el tiempo, los soportes, su forma, la representación de los nudos y las premisas con las que nos enfrentamos al gesto de apartar la manga de la camisa y observar nuestra muñeca. “La evolución –afirmaba Henri Bergson- es el continuo progreso del pasado que va comiéndose al futuro y va hinchándose al progresar”. Estamos en el mundo para compartirlo.
- ¿Qué es lo que no tienen en cuenta los físicos?
- La forma, no sabemos explicar la forma. Al final, no podemos introducirnos en los objetos”
Entiende el pensamiento científico como generador de otros modelos conocimiento: Al final la ciencia sólo demuestra lo demostrable, los elementos no resolvibles. La obra de arte es una confirmación que contiene aquello que no es posible descifrar. El minimalismo, por ejemplo, dice enigma, y dice misterio (palabras que sufren connotaciones peyorativas por una creencia absoluta en el conocimiento científico) sin pronunciarlo. La suya es una inteligencia analógica, manifiesta respuestas coherentes y formuladas casi siempre desde una perspectiva de la historia del arte a la que se le aporta el plus del “eros cuántico”, evidente en sus instalaciones. Su pensamiento se comporta desde la solidaridad más urgente: El cinematógrafo, la cámara fotográfica, nacieron como un medio, sin lenguaje. Tal vez sea el campo de la representación el que le devuelva cierto sentido al campo científico.
Puesta en escena híbrida, distante. Cuanto más nos acerquemos físicamente a sus piezas en una exposición, tanto más lejos nos encontraremos de su significado y de un posible simbolismo. Somos expulsados del lugar en el que nos quedamos quietos observando una araña o las suelas de unos zapatos bailando dentro de una bombilla; como receptores, Rubén Ramos nos coloca en una especie de aislamiento sensorio-motriz, donde no se oye ni se percibe el movimiento a nuestro alrededor. El artista lanza la siguiente pregunta: ¿La naturaleza es científica?
13.5.08
El máximo común múltiple de su trabajo consiste en el análisis comparativo entre la medición y el imaginario inamovible que hemos elaborado para definir el tiempo; relojes, pausas, intervalos en movimiento. “El tiempo no es un don Divino -decía Albert Einstein-, el tiempo es una invención del hombre, si algún problema nos causa, nuestra es la culpa”. El artista asume el compromiso en su posición de reproductor de enigmas: que no se oculte la duda. A su vez, no titubea: actúa, expone las incógnitas al proporcionarles el cuerpo de obra de arte. “O el tiempo es invención o no es absolutamente nada” -decía Bergson-: “El Universo dura”.
Intercambio, transmisión y puesta en escena es lo que debería definir el concepto de instalación. El artista reclama la combinación de conocimientos, metodologías y puntos de vista, al tiempo que inaugura en cada pieza la distancia entre tecnología y arte. La tecnología digital no arregla los productos, los cambia por otros. Conservar actualizados los productos, ese es el canon: que el tiempo no pase por su superficie. En su trabajo coagulan tecnología y huella; los últimos sistemas de proyección del mercado son ya el rastro del hombre, nuestra realidad. El reloj, pasa de ser un instrumento que mide el tiempo estimado a ser un instrumento de precisión. El tiempo digital se consume, es inmediato. Queremos llegar a la predefinición.
En Solaris, novela de Stanislaw Lem, se encuentra el siguiente monólogo exterior: “No pienso en dioses nacidos del candor de los seres humanos, sino en dioses de una imperfección fundamental, inmanente. Un dios limitado, falible, incapaz de prever las consecuencias de un acto, creador de fenómenos que provocan horror. Es un dios…enfermo, de una ambición superior a sus propias fuerzas, y él no lo sabe. Un dios que ha creado relojes, pero no el tiempo que ellos miden. Ha creado sistemas y mecanismos, con fines específicos, que han sido traicionados. Ha creado la eternidad, que sería la medida de un poder infinito, y que mide sólo una infinita derrota”
13.5.08
Las dos dimensiones nos redefinen a partir de lo que se encuentra cerca y lejos de nosotros. Con las tres dimensiones, es posible señalar el dentro/fuera, -insiste Rubén Ramos- ¿Por qué resulta sorprendente insistir en una obviedad? Tiene razón, algo falla.
En sus instalaciones predomina la horizontalidad, también en las fotografías que reproducen las instalaciones; la línea del horizonte, el mar, el reposo, la muerte. El eje vertical somos nosotros, la vida, el crecimiento, la inercia; lo que vence a esa fuerza es el espectador. Las obras de arte son documentos de cómo se sentía la realidad de ese tiempo. La obra de arte es cronológica, la vida es crónica, cada descubrimiento técnico se nos escurre en un instante de las manos. No se puede soplar y sorber, ¿o sí? (Dardo ed., 2008)
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