Juglares están esforzándose por hacer reír a un omnipresente mester de clerecía. Leopold Kessler tomó corriente eléctrica de la facultad de Bellas Artes a través de un cable kilométrico, con el objetivo de encender la televisión de su casa. Paola Pivi fletó un charter privado de Sidney a Auckland, acomodando en sus asientos 80 peces en sus respectivas peceras, cruzadas con el cinturón de seguridad. Yamashita y Kobayashi recorren el mismo camino en un parque hasta dibujar en el césped, por desgaste, el símbolo infinito “¿Cuál es la voluntad de Cosas que solo un artista puede hacer? ¿Adonde nos llevan con estas actitudes de vaciamiento total de significado?”, preguntan los comisarios. La falta de significado parece su sentido, y este acercamiento a una pasión de otro orden que provoca nuestra simpatía.
La energía de los artistas que componen la exposición señala un mismo lugar, la absoluta seriedad con la que se dedican a su trabajo, las horas de vida que emplean en cada acción. Desde el comienzo del proyecto el 1 de septiembre del 2009, todos los días a primera hora de la mañana, los directores y comisarios reciben los proyectos, ironías y apuntes de Enrique Lista. El flujo de correos electrónicos finalizará con la clausura de la exposición el 31 de agosto en el MEIAC de Badajoz, última estancia de la presente selección de videos, fotografías y objetos que formaron parte de acciones paradójicas, atentados contra la razón y el sentido común.
En boca de los comisarios: “Desde que apareció Duchamp ha habido muchos artistas que han decidido dejar de tomarse el acto creativo tan en serio, han renunciado a seguir trabajando sobre las grandes ideas para dedicarse en cuerpo y alma a las pequeñas ocurrencias”. Por lo tanto, hace años que la risa se sitúa entre las actitudes más serias desde las que abordar la creación de obras de arte. El humor funciona en la exposición como un conductor magistral para destensar la gravedad secular inherente a un museo. En Cosas que sólo un artista puede hacer, encontramos anécdotas relevantes que generan otro sentido, además de la función extraordinaria de la falta de significado: el del esfuerzo.
El modelo de artista que se refleja en las salas pertenece a una comunidad caracterizada por la resistencia. A la hora de elegir entre dos de las inercias más potentes en la creación contemporánea, la tragedia o el humor, elige la segunda como motor, y la primera como lastre. Piero Golia cruzó el adriático en piragua, dice que de ese modo se convirtió en “el primer inmigrante italiano que entró en Albania por el mismo lugar que los albanos en su país”. Gianni Motti recorre 27 kilómetros del mayor túnel acelerador de partículas, en Ginebra, a cien metros de profundidad. El túnel tiene como función catapultar las partículas a la velocidad de la luz, Motti desconoce al empezar el recorrido cuanto tardará en salir de allí. Ejecutar cualquiera de estos proyectos no debió de ser tan placentero para los artistas como lo es para los espectadores.
Si hubiera patrón para medir la calidad de las ideas, ábaco para contabilizar el grado de implicación y seriedad que acecha en cada obra de arte, o algún tipo de papel milimetrado para calcular la intensidad acumulada al pensar en algo que provoque risa, resultaría difícil formalizar arte y modelarlo con palabras. Si pudiéramos distinguir el acto creativo serio del indisciplinado, las ocurrencias de las ideas, la anécdota del chiste brillante, el gesto absurdo del irónico, la comedia del burla, la risa de lo risible o las acciones prácticas de las desinteresadas, qué difícil sería encontrar a alguien para hablar sobre la visita a un museo de arte contemporáneo. Cómo juzgar si un esfuerzo es desmedido, si el resultado es proporcional al consumo de tiempo, si la administración de la energía empleada en cada proyecto es la necesaria para crear algo que en esta ocasión, vale para comentar, como si fuera un chiste. Entre obra y obra los espectadores intercambian y anuncian la gracia preferida. Elegir por oficio la broma, caracterizada por la ausencia de significado, el esfuerzo y la resistencia: cosas que sólo un artista puede hacer. (ABC, El Cultural)
3 comentarios:
ergo...
¿la risa es un valor?
ajajajá:)
(supongo que este tipo de excepticismos sólo resultan fiables si quien los formula es aún más proclive a la risa que uno mismo ¿no?)
(hay, por otra parte, una cierta "fascinación por/en la risa" que tiende a incomodarme: parece más una burda estrategia de acción, un programa energético, que un auténtico estado de esplendor vital)
(hay vida -y mucha- más allá de la dualidad trágico/cómica; todo es cuestión de nuevas e insospechadas herramientas, nuevos utensilios para asir las cosas y sostenerles la mirada: todo un puro problema técnico, y hablo de "techné-genial")
(algunos espíritus risueños parecen no haberse enterado de esto último)
(lo que está aquí en juego es la posibilidad_de o impotencia_para concebir hoy nuevas extensiones: nuevos brazos, nuevas MANOS).
(no veo tantos clérigos a mi alrededor; por momentos los echo de menos: hoy tendrían casullas de mil colores, serían los únicos seres esplendorosamente risueños)
:) we all miss you!
me pregunto si esos deseos del arte alcanzan el punto ciego del jajaja
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