martes, 30 de marzo de 2010

No pasa nada



Elogios a la contemplación y la apatía, como postulaba la actitud de Andy Warhol, la del personaje de Bartleby o la de Hans Castorp en una novela como “La Montaña Mágica”. Todos ellos, figuras que por activa y no por pasiva, reivindicaban la mirada hiperestética y compartían la defensa de la abulia como posición vital, haciendo acopio de un admirable sentido del esfuerzo. El lugar del tedio en las fórmulas de representación ha propiciado un tipo de obras anestesiadas, por ejemplo, las páginas manuscritas por Diego Santomé (Nigrán, Pontevedra, 1966) que reproducen de manera irónica el libro “Del arte objetual al arte del concepto” de Simón Marchán. Las tres horas diarias que durante nueve meses el artista ha empleado en la copia del manuscrito no señalan a un artista perezoso. Se trata de un tipo de diplomacia estética cuyo ejemplo ideal relata la actitud del dandi “No hago nada, pero todo el tiempo”. Santomé encara esta posición en clave de artista materializador de palíndromos, juegos de lectura sin doble sentido cuyo recorrido es bidireccional. Recursos estilísticos como la cámara de video situada en la planta baja, desde la que se proyecta en una pared el interior del propio mecanismo cinematográfico, cuya cinta sobresale, gira y se eleva por encima de nuestras cabezas.
El trabajo de Santomé rechaza la noción de proyecto, el artista prefiere pensar, generar y hablar de cada pieza de manera única y finita, con un desenlace reflexivo hacia la propia obra como centro sin ornamentos ni atributos. Una posición que él define como humilde o sencilla, menos pretenciosa que la elaboración de un mapa que abarque una cierta cantidad de respuestas conceptuales. Trabaja de modo específico y formula las obras a partir del lugar donde se situarán, aisladas entre ellas y en permanente diálogo con el espacio elegido. Antes que interpretarlas como autoreferenciales, diríamos que respiran despacio y se escuchan, con tranquilidad, como pequeños palíndromos, composiciones de palabras exentas de la responsabilidad inherente al acto de escribir. El valor de estas frases cortas no es de carácter semántico, consiste en utilizar el sentido físico de las palabras, las letras son piezas. Amad a la dama. Diego Santomé juega a que sus obras se refieran en exclusiva a los signos que ponen en marcha, sin aludir a otros espacios. Véase la mecedora reconstruida para encontrar una forma que no se balancee, o el cartel de neón que anuncia el mismo título de la exposición “Derecho a la pereza”. La frase luminosa se presenta como participante de la exposición, no como cartel a la entrada de la galería.
Las obras se caracterizan por la gestación sedada de la imagen en movimiento, como el propio acto de lectura o el de sosiego meditativo. Durante las seis proyecciones en Super 8 de paisajes familiares para Santomé -el trigo, los árboles, el cielo, la orilla del mar- el acto más relevante es el pequeño formato de la imagen suspendida en la pared, la calidad, la luz y la ausencia de dramatismo. Pasan las imágenes mientras el espectador permanece en el sitio, como superponiendo páginas en blanco.
Sobre la pared, en folios o en láminas serigrafiadas, su pasión por el cine no deja de ser evidente, más en las obras escritas e inmóviles, que en aquellas en las cuales el medio cinematográfico aparece explícitamente. Las cien serigrafías con la frase “I repeat it to you one hundred times” (Te lo repetiré cien veces), son el resultado del proceso de serigrafiar una y otra vez la misma pantalla, donde el autor ha gastado una determinada energía en la repetición del gesto, hasta presentarlas como fotogramas opacos o imágenes reproductibles. Las láminas amontonadas en el suelo pasan cien veces ante nuestros ojos, como un banquero al contar cien billetes de cien euros con las manos. El propio artista recuerda una y otra vez la línea magistral de Marshal Mc Luhan “El medio es el mensaje”, y responderíamos, paseando por la galería, con otra de Thomas Mann: “Hans Castorp: la página en blanco”
Contemplación y pereza. La presencia de la escritura en el trabajo de Santomé enfatiza la utilización anestésica del tiempo, evidente hilo conductor en su trabajo. “Tenía la paciencia de dejar que el polvo fuera cubriendo sus botellas y tazones, amortiguando su brillo, que la luz gastara sus colores”, es el título de una obra del 2009. Se trata de un lenguaje utilizado para no revelar o comunicar algo imprescindible, una escritura transparente, sin dobles intenciones. La tomo como tal. (ABC, El Cultural)

1 comentario:

Anónimo dijo...

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