lunes, 8 de junio de 2009

Pintura hacia atrás. Manuel Eirís



Como las marcas de los muebles al trasladarlos por una mudanza, el trabajo de Manuel Eirís (Santiago de Compostela, 1977) señala las cicatrices del lugar deshabitado. Aborda las paredes de viviendas abandonadas recortando en los tabiques un cuadrado en el que revela los estratos de pintura precedentes. Arañando con cutter la pared -en ocasiones con productos abrasivos o rebarbadora-, con tenacidad logra descubrir la última capa de pintura, la primera mano que recibió el muro. Construye los límites del espacio rectangular dejando que la mordida y los bordes delaten las masas de color sedimentadas por los sucesivos dueños de la casa. El marco representa la línea de contacto entre ambos espacios, el limbo que sincroniza los dos mundos; la superficie tal y como se encuentra hoy en día y todas las anteriores, desveladas. Al tiempo que aparecen las imágenes que se han borrado del soporte, se añaden a nuestro imaginario particular las historias de las personas que estuvieron habitando ese lugar. A través de un lugar inmóvil construido a partir de fotogramas restados, nuestro dispositivo cinematográfico se pone en marcha.
El proyecto que Manuel Eirís presenta en el MARCO transcurre en dos espacios, el hogar en ruinas y la sala de exposiciones, donde se encuentran las imágenes rascadas que el artista define como desocultamientos: “son pinturas en soportes fotográficos y videográficos, resultantes de la acción de restarle capas de pintura —pintura hacia atrás pero pintura al fin y al cabo— a una determinada pared”. Al museo se traslada la descripción de una historia que no ocurrió en él, como una receta explicada paso a paso; bocetos, pruebas de color, fotografías antes y después del vaciado, película en plano fijo de las paredes borradas.
Pinturas introvertidas, vueltas hacia dentro. En la rúa da Palma, sede del proceso, se sitúan ocho cuadros “autoenmarcados”, limitados por su profundidad en positivo, creciendo hacia dentro en el espacio y hacia atrás en la historia anónima del muro. Cada pared se lee en sus márgenes, en ellos se sintetiza y tensa una edad de oro doméstica y su desfase mortal: la alegría de cada masa pictórica descubierta, señala también las conversaciones que amarillearon las paredes con el humo del tabaco, y que antes o después fueron corregidas de rosa, verde y demás colores animados. Sorpresa y agria reflexión habitan en el mismo soporte, en el silencio de las tonalidades descubiertas. Fina estampa elaborada sobre una superficie de brocha gorda, raspando una tras otra mano de pintura hasta vaciar el recorte.
En una de las habitaciones apreciamos un rectángulo vertical de papel de flores serigrafiado y al lado un espacio de idénticas dimensiones con pintura descorchada. Dos tiempos recuperados para coincidir en la misma imagen. El artista decide el momento de frenar el revelado, para que las pieles de pintura no se solapen por completo, de modo que cada superficie consta de pequeños zarpazos que insinúan la imagen que aparecería si siguiera rascando. Agar Ledo nos retrae a los “Cuttings” de Matta Clark o el cuadro de Willem de Kooning borrado por Rauschenberg “Erased de Kooning Drawing”, apuntando que en el trabajo de Eirís, borrar no equivale a desaparecer, sino a regresar. A medida que aparece una capa desaparece la anterior, el artista rebobina el tiempo de una familia cualquiera a través de una imagen fija. Y nosotros proyectamos sobre sus desocultamientos las historias posibles.
El salón principal permanece cerrado para no pisar el polvillo y los residuos se acumulan a los pies de cada una de las superficies intervenidas. La materia eliminada de la pared se deposita en el suelo. Los restos amontonados, los residuos y desperdicios testimoniales, enfatizan la secuencialidad de sus acciones, dejando al aire la construcción de los espacios borrados. Apoyando restos sobre restos, parece como si limpiar la casa supusiera una falta de respeto hacia las generaciones profanadas en los muros. (ABC, El Cultural)

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