Gran pirueta la nuestra si consiguiesemos ubicar el origen de la poesía de Lezama Lima en París, al “Caballero de la triste figura” en Cabo Verde o las películas de Tarkovski en cualquier otro escenario lejos de Rusia. Con treinta y dos años Andrei Tarkovski (1932-1986) ya se confesaba preocupado por el tema de la nacionalidad del arte: “estoy convencido de que el artista sólo puede expresar magistralmente aquello que conoce bien, aquello que ha mamado desde su infancia”. Tarkovski afirmaba que las fuentes y los orígenes del arte deben pertenecer a una tradición cultural, contextualizarse en un territorio, investigar en el hogar y las percepciones que acompañan los primeros años de vida.
Entramos en la Fundación Luis Seoane con la promesa encendida de acercarnos a algunas de las Polaroids que Andrei Tarkovski realizó a principios de los años ochenta, antes de partir a Italia, y durante el rodaje de “Nostalghia” en la ciudad de Bagno Vignoni. Se trata de fotografías algodonosas, como aquellos cuadros difuminados que recuerdan a los paisajes y retratos pictorialistas de finales del s. XIX, donde las imágenes eran retocadas a favor de una plasticidad y colorismo manipulado con filtros o procesos químicos. Tarkovski sólo utiliza en estas instantáneas los filtros o factores climáticos por excelencia, la niebla, la humedad, la luz. Las imágenes que observamos parecen surgir del reverso del mundo: espacios pictóricos con añadidos de realidad, planos de mujeres y panorámicas que a determinadas horas del día parecen irreales, polvorosas. A modo de flou sin dueño, la neblina es la intermediaria entre su casa y la cámara, tal vez también una de las razones por las cuales Tarkovski se adhiere a la Polaroid. Por ello las instantáneas remiten al estado anímico de Tarkovski al tirar una fotografía, para animar un recuerdo.
Cuando la censura le obliga a elegir entre sus dos hogares, su casa en una pequeña localidad rusa, Mjasnoe, o la libertad de expresión en el medio cinematográfico, Tarkovski fotografía su tierra antes de partir. En Italia, la próxima película sustituirá su residencia natal. Su hogar original será desde entonces sólo un recuerdo evocado por una superficie mínima de ocho por ocho centímetros. Sacrificará el lugar donde fue creado, por la creación de su lugar, la continuidad de su decir. La última de sus películas, Nostalghia (1983). Recurriendo a la etimología, nostalgia encierra dos palabras, regreso y dolor, y así expresaba Tarkovski en “Esculpir el tiempo”: “Nostalgia es el sentimiento de quien, viéndose cada minuto lejos de casa y de los que ama, es consciente de depender de su propio pasado de un modo inexorable, insidioso, tan difícil de sobrellevar como si fuera una enfermedad”. El motivo central en las instantáneas de Rusia es su casa, exteriores e interiores familiares iluminados por capricho de la luz natural arrojada dentro de su espacio más querido. Los protagonistas son su mujer Larissa, su hijo, su perro en el campo húmedo y arropado por los árboles, su gran actor y amigo Anatoli Solonitsyn. En cambio en Italia, las fotografías representan en su mayoría apuntes sobre su última película, encuadres y tonalidades acuosas por un lado, por el otro escenarios vacíos, un sillón, un cementerio, una calle. Melancolía impenitente, imágenes somnolientas como el primer bostezo o el sopor de una siesta caldosa. Fotografías, en fin, desanimadas.
Dos estados posibles, cerca de casa o lejos de ella. Una vez instalado en Vignoni, las imágenes de su última película serán los muebles de su hogar peregrino. Las Polaroid representan el mal que arrastró en el exilio y al mismo tiempo, nos retraen a un gesto especial, Andrei Tarkovski entretenido unos tres minutos a la espera de una imagen. Una Polaroid es un regalo que se abre solo. La imagen aparece lentamente, revelándose entre las manos sobre un fondo uniforme. A través de las instantáneas es posible imaginar a Tarkovski esperando a que aparezca el motivo que le llevó a coger la cámara. De ahí deriva la dimension autobiográfica y la intimidad de las imágenes, la posibilidad de retraernos al momento en que Tarkovski ve surgir del papel la casa de la que tiene que alejarse. Las instantáneas fueron su gesto de despedida.
Y la Polaroid de las Polaroid: desde su residencia en Italia, sentado en su cama, fotografiándose ante el espejo de un armario. Tarkovski se retrata como para recordar quien es el que aparece en pijama, para buscar un recuerdo de sí mismo dentro de su hogar materno, Andrei Arsenievich Tarkovski, nacido el 4 de Abril de 1932 en Zavrazhe, Unión Soviética. Finito. (ABC, El Cultural)
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