Aprender a perder, tal vez sea el signo más escondido en sus obras, con esa fuerza tan característica que proviene de la desilusión: el coraje de no olvidar, con toda la delicadeza del mundo, lo que no pudo ser.
El trabajo de Jorge Macchi (Bueno Aires, 1963) es un ejemplo de cómo convivir con un sueño malogrado, hasta llegar a asumirlo de tal modo que se convierta en una realidad a medio camino entre la timidez y la alegría: “Soy un músico frustrado”, dice. Recuerda el esfuerzo de infancia que le suponía aprender las partituras musicales de memoria, la pena de olvidarlas continuamente y tener que recurrir a ellas. El artista camina pegado a un recuerdo que con el paso del tiempo se convirtió en idea, motivo y motor principal de su prolífica obra. Algo persigue Jorge Macchi y de algo se escapa. Su recuerdo, su obra y él mismo, caminan en una paciente actitud de compromiso hacia aquello que admira, con un profundo respeto. Colabora con el músico Edgardo Rudnitzky, cuyas piezas sonoras corresponden al lenguaje visual de Macchi. El rumor musical en todas estas obras -que se acercan a pequeñas confesiones-, manifiesta su necesidad de volver a escuchar. Se percibe que no es un material, sino una urgencia, un tranquilizante, un acto no consumado.
El pentagrama es la figura más repetida entre las sesenta piezas que componen la primera retrospectiva de Jorge Macchi en nuestro país, distribuidas entre el CGAC y la iglesia vecina de Santo Domingo de Bonaval. Su trabajo parece las mil y una formas de echar en falta el contacto directo con los símbolos que dirigen la interpretación del músico; las notas que olvidaba son en parte las partituras vacías, los renglones que construye con frases de periódicos, con alambres o cuerdas.
Varias de sus obras se construyen a partir de impresos con el texto recortado, dejando intactos los bordes del documento; respeta la forma del material que manipula, agujerea ese espacio que le obsesiona, la partitura, el papel donde se inmovilizan las palabras y los sonidos. No escribe en las hojas, como si no quisiera molestar al soporte.
El azar y la reproducción exacta de esa casualidad, despiertan en la pieza donde reproduce dos cristales rotos de manera idéntica. En su trabajo se encuentran referencias a los ready–made y al vidrio de Duchamp porque el guiño de las imágenes y el contacto entre los objetos traslucen ideas redondas, pensamientos limpios y articulados desde la creación entendida por él como un “misterio a investigar”. En la instalación Time machine, la banda sonora de cinco películas a punto de terminar, recrean un solo tema en una de las capillas de la iglesia; los títulos de crédito se repiten en bucle en las pantallas. The end, infinito.
En Streamline, aparecen cinco líneas continuas de una carretera, vistas de frente, de modo que se oye en la sala el ruido de los coches cuando atraviesan el video. Un dibujo de un ciervo en actitud de beber agua, con una cornamenta exagerada, refleja su cuerpo como en un espejo. Sin solución de continuidad, de manera indiferente al medio en el que trabaje, la sensación que regala es uniforme. Hasta el punto en que algo no provocado por el artista se repite en cada pieza, y es la impresión que resulta cuando un artista no piensa demasiado en sí mismo ni en su obra o su repercusión artística. Jorge Macchi no parte de un concepto para realizar una pieza, enlaza o hace surgir las ideas a partir de su concreta puesta en escena.
Una fotografía del mar, cuya línea del horizonte se ve alargada por los dos muelles que la sostienen. En The speakers Corner, aparecen series de comillas impresas en papel de periódico, a las que se les ha quitado la frase que contenían. Todas las obras juegan solas y entre sí al mismo tiempo, hay algo de sinfonía en la muestra, o de consonancia por una obsesión. Elaborando un escalón de madera, al colocarlo en una esquina se dio cuenta de que recordaba a un ataúd. Así como las obras sorprenden al artista, atrapan al espectador; destilan ternura por al acto de comunicación y una cierta falta de confianza hacia la posibilidad de compartir o emitir cariño y fugacidad a través del gesto de dar, de regalar o buscar amigos por medio de la obra de arte. Una almohada forrada de cristales, otra ceñida a la pared por cinco cuerdas.
¿Qué echa de menos Jorge Macchi? El tiempo que pierden otros artistas en reflexionar sobre su resultado, Macchi lo consume produciendo nuevas respuestas al mismo recuerdo, una y otra vez; de lejos, de cerca, o conversando con él, parece que esté oyendo esa pieza musical que no recuerda. A fuerza de buscar y responder a esa presión que ejerce sobre el músico el olvido de la partitura, siembra sus obras como notas sobre un papel no pautado. Su objetivo primero, el ser músico, es su último proyecto, en el que lleva involucrado desde el comienzo de su carrera, añorado enemigo. (ABC, El Cultural)
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