Yves Mathieu-Saint-Laurent no se deshizo nunca de los 47 prototipos originales que aparecen en esta selección de diseños de alta costura, creada con la intención didáctica de acercar el museo como espacio vivo y lugar común, como afirma el diseñador. Los maniquíes fueron trasladados a La Coruña desde la fundación Pierre Bergé-Yves Saint Laurent: la armadura que acompaña inseparablemente a cada vestido es una pieza exclusiva. Al lado de los diseños originales se encuentran 36 pinturas a las que el autor rinde homenaje, desde Mondrian, Picasso y Bonnard, a Goya o Lichtenstein; su compromiso en la exposición es el de aunar pintura y vestuario como dos técnicas mixtas sobre tela. Matisse, Léger, Braque: los vestidos se alejan del estímulo pictórico en cuanto se realizan como cuerpos exclusivos, y, además de manifestar devoción hacia el trabajo de los pintores, son admirables por ellos mismos. El olvido o desconocimiento de la obra del diseñador por parte del público de los museos es mayor que hacia las vanguardias pictóricas; con el diseño del traje de torero femenino queda ligeramente señalado uno de los puntos y aparte en el mundo de la moda: el tradicional esmoquin de caballero que a partir de 1966 revoluciona el concepto de indumentaria pour femme.
Una chaqueta con la ilusión de una pintura de Van Gogh lograda con lentejuelas, ya no es postimpresionista, sino puntillismo en alta costura. La rapidez con la que la moda desaparece no afecta a los diseños; las obras de arte que llevan cosidas siguen siendo tan exclusivas como los vestidos que pueblan la exposición; también se conserva en perfecto estado la alegría que debió suponer para el diseñador su primer contacto con la pintura. Al traducir las pinturas a objetos de lujo, las lleva a su terreno, donde las formas, los materiales y los colores exhiben su condición de signos sobreexpuestos durante su puesta en escena. En la ventana indiscreta de la moda ninguna prenda es inocente.
Aura de inaccesibilidad. Los diseños no se ocultan detrás de las obras de arte, son orgullosos, exuberantes y parecen saber que les rodea un aura de inaccesibilidad. La alta costura derrocha los signos con un afán que los satura hasta lograr un espectador hipnotizado. ¿Qué sentido crean estos bienes de lujo? Se diseña alta costura -o se diseñaba- para maravillar: crear algo extraño y notable, digno de ser mirado.
Los diseñadores de alta costura generan exclusividad, primicia y novedad al separarse de la producción en serie de las prendas, y en el caso de Saint Laurent, los maniquíes son inseparables de su significado, el traje. Pero el vestido de moda -se pregunta Roland Barthes-, ¿qué cuerpo ha de significar? «Una forma pura, que no soporta atributo alguno y que, por una suerte de tautología, remite al vestido mismo». Nadie entra en los vestidos porque no hay espacio para el cuerpo; el maniquí es un tipo de cover-girl, el espejo del vestido. Sólo el traje se refleja en él y la función del diseño es la de cerrar sus puertas al público. En una segunda toma de contacto, después de apreciar la serena correspondencia que resulta de una mudanza de superficies pictóricas, calidades de materiales y contextos, lo que rodea a las obras del diseñador es ruido visual. Las telas ya no protegen, expulsan. A la persona se le niega el paso a un universo que sólo sirve para ser mirado.
Es sorprendente disfrutar en la exposición de la solidaridad entre las artes y, al mismo tiempo, percibir el mínimo papel que le corresponde al hombre en todo esto. En la ropa que cubre y protege el cuerpo, el hombre es fundamental; el patrón y sentido de la alta costura es otro: fascinar. La vestimenta entendida más allá de las necesidades básicas y de las connotaciones que toda prenda arrastra condensa sin pudor elementos simbólicos y rituales que generan valor a través del sello personal o la firma.
Sin puntadas vacías. En los trajes de Saint Laurent, cada trozo de tela se convierte en un retal portador de significado: no se entretiene adornando los huecos de un espacio susceptible de alarma, como lo es cada centímetro de material expuesto al público. El vestido fue confeccionado para deslumbrar y no hay puntada vacía o anecdótica.
Si el prêt-à-porter viste, la haute couture desviste, deja al observador atónito y avergonzado, como cuando el hombre se da cuenta por primera vez de que está desnudo. Detrás del hechizo de las composiciones, los tejidos y detalles varios, el derroche de energía de las piezas de Yves Saint Laurent eclipsan lo que se encuentra dentro y fuera de ellas, todo lo que no pertenece a su órbita. No hay persona que vaciar en cualquiera de sus moldes; los diseños no tienen cuerpo sobre el que reposar, ni uno que quepa en su interior. Al lado de uno de estos trajes de mujer, cualquiera se transforma en un animal débil que habita una realidad de segunda mano; quien se acerque al traje de novia inspirado en Braque, o al vestido de noche creado a partir de un cuadro de Tom Wesselmann, a buen seguro es nadie. (ABC, El Cultural)